Banda de música (Las Palmas de Gran Canaria/1920-1925), por SEI
Algunas veces, antes de guerra
europea que desde aquí resulta ya tan lejana y casi inverosímil, solía visitar
los veranos, acompañado de su ama y de su violín, la señorita Florencia Bird.
Era una inglesa bastante guapa para hacernos reconciliar con las demás inglesas
feas que nos utilizan todos los años como sanatorio o como estación de
invierno. De un corazón ardiente, manifestaba su pasión con su violín y con
algunos españoles reservados. La señorita Bird -treinta y cinco años nada
más- era una artista muy simpática. La mamá también era bella, pero con una
belleza empolvada por los años, artista asimismo, pero artista de recuerdos;
una de esas señoras que cantaron en su juventud o tocaron el piano, o amaron a
un artista muerto, sólo para ellas famoso. La señora Bird era toda una delicada
añoranza. Cuando escuchaba su seleccionar desde hoy hasta el día hija tocar el
violín se perdía en los sonidos de otro violín lejano, que sólo ella oía, y
para quien ya solamente tocaba en silencio; en el silencio de su memoria.
La Srta. Bird, el mismo 4 agosto
1914 tocaban el hotel Metropole una esas piruetas musicales que dieron tanta
fama al señor Sarasate, y desde ese día que desapareció con su violín y su mamá,
no habíamos vuelto a saber de ella. Pero hoy, por la escala de un correo
inglés-de esos que se llevan indígenas a Inglaterra para aprender el trote-han
descendido los cuarenta años de la Señorita Bird, si la mamá, pero con el
violín, ya más sonoro, y desde luego más joven, al parecer.
La Señorita Bird trae un mirar
diferente, y sus caderas son más gordas. Parece más rica que antaño, pues trae
más sortijas, y cada día se pone unos zapatos diferentes. Esto, en el momento
de la estúpida actualidad de la alpargata española, es muy interesante.
Pero, ¿a qué vuelve, vieja y ya
sola, la Señorita Bird? ¿A tocar el violín que no puede tocar el otro lado?
Seguramente. Este violín parece que no ha sonado en Inglaterra, que no puede
sonar en otro sitio que en éste de la ínsula. Cuando la Señorita Bird lo saca
de su ataúd, el violín hace como que se despereza, como que despierta de un
sueño largo. Lleno de polvo y de tirantez en las cuerdas, recuerda sus días de
Hotel Colonial, y suena queriendo afinarse deprisa. La Señorita Bird lo sacude,
lo acaricia, y a los dos o tres días el violín se pone a tocar, contento y
afinado. Los periódicos de la localidad, entonces, le dan la bienvenida, y
estos pequeños hotentotes indígenas que hacen de vocales o de presidentes de
recreo de una sociedad de una sociedad de cultura o de fomento, la invitan a
tomar parte en una velada musical.
Holtel Metropole (segunda fachada/1915-1920)
Nosotros somos amigos de los
cuarenta años de la Señorita Bird. Cuando esta inglesa llegaba, enviaba una
tarjetita de saludo, y nosotros nos acercábamos a su hotel. La Señorita Bird
nos recibía siempre en kimono, con la misma pasión, y no recitaba versos de
Musset y de Cristina Rossetti. Ahora no nos recita, pero como nos haya más
viejos, nos dice que estamos más jóvenes, que la guerra no pasó por nuestro
espíritu, tan lejana de universalidad. Y es porque ella está con más años
encima, y la guerra tampoco hizo muchas huellas en su alma de violín. Y
mientras nos acaricia con estas lisonjas juveniles, se edita diez años poniendo
unos ojos de quince y juntando sobre la falda los bellos brazos, con una
monería de adolescente. En verdad que no existe que no existe edad ninguna para
estas inglesas incólumes. Mujer que tiene una espléndida inquietud de años
patinados de soltería apetitosa y gentil, que no es posible quebrantarla ni con
tres viudeces consecutivas.
-"Y su mamá, Miss Bird, ¿se ha
muerto?" Y la señorita Florencia nos comenta que su mamá está en la India,
con otra hija, pero que se morirá pronto porque tiene ochenta años, y un mal
avanzado del corazón. "Después me quedaré sola" -añade con un mal
disimulado y retrasado regocijo. "¿Más sola, Miss Bird? ¿Todavía más
sola?" "Crea usted-nos asegura-que sí. No tiene una libertad. Vea
usted ahora. Vengo sola a Canarias, y no tengo tranquilidad, pensando en lo que
quiere ocurrírsele a mi madre, que es muy caprichosa, en la India". Y
nosotros, estupefactos, pensamos para qué quieren estar solos estos cuarenta
años, cuando los divinos veinte no lo estuvieron. Casi sospechamos que el día
que se le muera la madre a la Señorita Bird romperá su violín para estar más
sola. La mamá y el violín son los únicos testigos de la edad de Miss Bird.
Sin embargo, Miss Florence es un
encanto. Dice que no amó nunca, pero cuando uno lo desea, nos da un beso en
plena boca. Y este beso y que es el mismo de los veinte años, al menos, debe
ser el mismo, pues tiene toda el ansia y la sonoridad de una juventud que se
defiende furiosamente con el amor. Cuando la señorita Bird da un beso pulsa los
labios como su violín, y tiene un idéntico impulso que el que imprimen sus
dedos en las cuerdas sonoras. Este beso de la señorita Bird cubre sus años como
un velo espesísimo, los empuja y los precipita en el tiempo, dejando la
juventud que ella quiere tener y que nosotros, por causa de ese divino
instante, no tenemos otro remedio que verle. La mamá, en la India, menos
cuitada que la hija, no se preocupará de estos besos, que si no oye ni ve, debe
presentir al menos. Pero, ¿qué son cuarenta besos para cuarenta años…? Un día,
sin embargo, la señorita Bird se quedará sin madre y sin besos, y acaso sin
violín. Los besos dormirán en el fondo del alma, como violín en la caja. Y todo
el recuerdo de la señorita Bird, de sus viajes, de sus éxitos provincianos y de
sus besos se quedará una noche en Inglaterra, a la luz de la lámpara verde de
uno de sus clásicos hogares de novela inglesas.
Ahora, no obstante, viene más
alegre, como con una alegría precipitada, que teme acabar, y la junta toda para
tener tiempo de gozarla bien. ¿Qué sería de los cincuenta años de la señorita
Bird si entonces le quedara alegría para diez años más…?
Cuando no has tendido la mano, esta
blanda mano que regresa fría, y que poco a poco se va llenando de calor
meridional y de colores rosas, nos ha dicho unas frases terribles.
-¡Qué contento volverle a ver!
Dentro de diez años, cuando yo tenga cuarenta, no podré estrecharle la mano con
tanta alegría juvenil como ahora. Acabo de cumplir treinta años, y me parece
que yo soy muy vieja. Mi violín es mucho más joven que yo, parece que sólo
tiene un año…
-¿Quisiera usted ser su violín, Miss
Bird…?
Pero Miss Bird se detiene un
momento, y después de meditar, nos responde arrepentida:
-¿Mi violín…? Mi violín, no. No
podría amar entonces.
-¿Pero es por no amar, o porque el
violín es contemporáneo del de Monasterio…?
Julio
de 1920[7-VII-1920]
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