-¡Estaba flotando boca abajo,
con el cuerpo hinchado! ¡Juraría que la pobre luchó hasta el final!
-Ha sido muy duro para usted. Me duele verle así.
-¡Se hundía y volvía a salir, intentando salvarse!
-No debe pensar en eso ahora, no
le ayudará.
-¡Intenté ayudarla!¡Pero se hundía, se hundía!¡Y al final, cuando se quedó flotando...! ¡Dios, estaba muerta y no me atreví a tocar su cuerpo! ¡La dejé ahí!
-No se preocupe. Ya no podía hacer nada. Hizo cuanto pudo. Ahora nos hacemos cargo nosotros.
-Tengo náuseas.
-Tal vez le venga bien un poco de aire.¿Quiere le acompañe?
-No, iré solo, gracias. Prefiero estar sólo unos minutos.Vuelvo enseguida - dijo, mirando a los ojos a su interlocutor, que le miraba con estupor, sin comprender el motivo de su profunda aflicción. ¡Había triunfado!
-No hay prisa.
-No. Se lo agradezco, pero prefiero pagar la cuenta e irme.
-¡Por Dios, qué dice! ¡La cuenta
corre de nuestra parte! ¡Toda!
-¡Por supuesto que no! ¡El
problema sólo fue el café!
-¡No quiero discutir este punto!
¡Este restaurante tiene un prestigio! ¡Insisto!
-Está bien, se lo agradezco.
-Al contrario, soy yo el agradecido. Y espero que vuelva a
visitarnos. ¡Invitado por supuesto! ¡Y traiga a algún acompañante!
Un par de frases, un apretón de manos y al poco Sergio se alejaba del local. Antes de llegar a casa, se detuvo en su contenedor preferido. Tenía pensado invitar a unos amigos a comer el día
siguiente. Y como no iba a volver tan rápido al mismo restaurante, tenía que repetir la jugada. Aunque el número de comensales iba a ser mayor así que haría falta algo igual de negro, pero quizás un poco más
repugnante para repetir la estrategia. Algo que no fuera una mosca. Algo grande y sin alas. Tendría que buscar con paciencia…
Ildefonso González Sarmiento
Las palmas, 4 noviembre
de 2012 (Corregido el 7 de octubre de 2015)
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