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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Sara Morales y Yeremi Vargas- El tiempo congelado


 No olvidamos.




 Sara Morales




 Sara vivía (y me cuesta usar esta forma del verbo) a un par de calles de mi casa. Nunca hablé con ella. De hecho, igual hoy no la recordaría, de no ser por su desaparición. Pero la misma hizo que se transformase en un recuerdo fijo. Como ha pasado con casi todos los ciudadanos de esta isla. Y de las otras de nuestro archipiélago.
 Ahora, hay un puñado de recuerdos que vienen a mí cada cierto tiempo.
 El primero es ver a Sara, junto a su padre y su hermana pequeña, en un videoclub que teníamos por entonces a un tiro de piedra. ¡A veces me imagino a Sara volviendo a casa y sorprendiéndose por los cambios del barrio! Como el de que ahora el local de videoclub esté ocupado por otro negocio...
 Lo cierto es que de no ser por su hermanita pequeña, quizás no me habría fijado en ellos el día en que coincidimos en el videoclub. Y es que la niña pequeña tenía por entonces esa edad en que se puede ver una película un millón de veces seguidas,sin cansarte y con la misma ilusión. Para sus cerebros, aún en desarrollo, las imágenes de unos dibujos son siempre nuevas. 
 Esa circunstancia fue la que provocó que me fijara en ellos. Mientras Sara y su padre intentaban decidirse por una película en concreto, la pequeña tenía claro la que quería ver. Una que, como supondrán, ya se había sacado. Como es lógico, sus mayores se negaban, y como es igual de lógico, la pequeña insistía con fuerza y una voz estridente. Esa típica de los niños, que te taladran el tímpano, a veces incluso cuando hablan en un tono normal.
 Creo que miré para ellos sonriendo. Y creo que el padre me vio y sonrió a su vez. Aunque no puedo asegurarlo.
 Luego pasó un tiempo y creo que volví a verlos por el mismo local, o quizás sólo a parte de ellos. Luego, recuerdo ver a Sara, con su uniforme de colegio, subir caminando la calle que la separaba de su hogar.
 Y luego llegaron las sombras. Un día me llegó la noticia de que había desaparecido una niña del barrio. Una joven de catorce años. Pronto, la prensa y la televisión nacional se hicieron eco de la ausencia de nuestra vecina. Y la noticia no tardaría en saltar al extranjero...
 El caso de Sara no entraba dentro del grupo de desapariciones explicables. La adolescente no se había llevado nada, ni siquiera una prenda de repuesto. Algo en lo que, en mi opinión, no pensaría un hombre, pero si una mujer, por muy joven que sea. Además, era una muchacha que pasaba casi desapercibida para los adultos. A otras jóvenes de su edad se las puede ver "dando lata" en el barrio. Y a algunas con algunas actitudes y compañías francamente preocupantes. Parecen ubicuas. Pero Sara, no. O al menos, no me consta.
 Su perdida provocó una gran reacción por parte de la sociedad canaria. Solidaridad que cruzó fronteras... Desgraciadamente, en vano hasta el momento. A semana, siguió un mes. A este un año. Al año, un lustro. Y así, el pasado 30 de julio de 2012 se cumplieron 9 años de su desaparición.
 Pese al tiempo pasado, aún veo a menudo una de las muchas fotos de ella que todavía hoy se encuentran en la ciudad. Una de las tantas que, también todos los días, ve su familia. Y entonces recuerdo como, más o menos, describió el efecto del paso de los años el familiar cercano de otro desaparecido: "Cada vez que alguien te hace llegar una posible localización, aunque estés prácticamente segura de que es una cruel mentira, haces todas las averiguaciones posibles. Porque ya sólo deseas una respuesta definitiva. Aunque sea la más horrible. Y mientras, año tras año, vives con el tiempo congelado"
 "El tiempo congelado". No se me ocurre nada más horrible.
 Lo mismo sucede con el caso de Yeremi Vargas.


YEREMI VARGAS



 El pequeño Yeremi desapareció el 10 de marzo de 2007, mientras jugaba en un solar pegado a su casa con sus primos. La desaparición fue tan rápida que casi parecía sobrenatural. Lo que no dejaba otra opción lógica que suponer que había sido secuestrado. El niño necesitaba medicación por problemas respiratorios.
 Los casos de Sara y Yeremi acabaron "hermanados" por la desgracias. Ambas familias unieron dolores, afectos y esfuerzos. Aún lo hacen al día de hoy. Yo, como tantos canarios, participé en algunas de las manifestaciones en demanda de atención sobre el caso. Recuerdo ver a ambas madres, a las dos familias, unidas como si fueran una. Amnas esperanzadas, temerosas... Viendo como el tiempo pasaba. Como dice el fragmento del poema "Oscuridad" de Lord Byron :

 "Llegó el alba y se fue.
 Y llegó de nuevo, sin traer el día."

 Durante todo este tiempo, ambas familias han sufrido diversos traumas por lo ocurrido. Quizás (fuera del ámbito de lo interpersonal), lo más atroz han sido los crueles mensajes de sádicos que hallan placer en crear y romper esperanzas, o simplemente la de las repugnantes personas que durante años han torturado, con sus atroces chanzas, a la familia de Yeremi a través de las redes sociales.
 Mientras tanto, seguimos esperando.

 Nota: Después de meditarlo, he decidido no incluir ninguno de los numerosos vídeos que se hayan en Internet sobre el tema. Ustedes mismos pueden hallarlos sin problemas, y pienso que generarían una atmósfera muy densa y pesada para quienes lean este texto. Empecé esta "entrada" hace muchísimo tiempo, pero las circunstancias me habían impedido terminarla. Originalmente contaba con una gran cantidad de vídeos que cubrían la evolución de los casos con sus múltiples giros. Pero ahora me parece innecesario. Lo único que haré será colocar una serie de enlaces que demuestran que, a día hoy, Sara y Yeremi no han sido olvidados. En ellos podrán hallar también testimonios sonoros y visuales. Aunque los más importante es recordar que la familias sigue luchando, con una fuerza imbatible, que les sorprende incluso a ellos.

 Enlaces sobre Sara:

http://www.marisolayala.com/?p=33489 (Entrevista radiofónica reciente con la madre 2015 de Sara Morales)

http://www.rtve.es/alacarta/videos/cerca-de-ti/cerca-21-09-2015/3294103/ (Entrevista en televisión reciente con la madre de Sara Morales)

http://www.telecinco.es/etiqueta/sara_morales/




 Enlaces sobre Yeremi Vargas:

https://twitter.com/ithaisasuarez  (Twitter de la familia de Yeremi)

https://www.facebook.com/ithaisa.suarezsantana (Facebook de la familia de Yeremi)











sábado, 12 de julio de 2014

Final de un viaje de 5 años.


 No me lo puedo creer. Después de 5 años (mes arriba, mes abajo) he conseguido terminar de transcribir unos artículos sobre la historia de Las Palmas de Gran Canaria a comienzos del siglo XX, añadiendo fotos y enlaces de la época (aunque no siempre de la fecha exacta, he de reconocerlo). Apenas ha sido visitado, pero creo que era y es importante defender nuestra historia a los embates de nuestro propio carácter autodestructor. Y aquí quedan, para poner mi grano de arena, malo o bueno.
 Llega el fin de esta aventura en un mal momento en mi vida, que me impide trabajar mis vocaciones. Y quizás la coincidencia haya sido una fortuna. Porque me recuerda que, poco a poco, se pueden conseguir las propias metas.
 Algún día revisaré, corregiré y mejoraré las entradas (o eso espero). Mientras tanto, un abrazo al lector ocasional.

lunes, 21 de abril de 2014

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario - CAIDO DEL CIELO




Fotografía de Alejandro Canetti, tomada por Venancio Gombau Santos


 Volvamos a recordar a Alejandro Canetti, ahora que regresamos con él del Teide. Nos ha llevado al volcán para presentarnos al sol en la antesala de su casa.
 Canetti ha montado en España una oficina naturista. Ciertamente, él enseña el naturismo como el latín, con régimen. Nosotros, en cambio, queremos un naturismo sin reglas, independiente y libre. Con este naturismo de Canetti sale malparada la idea. Vida primitiva, no ejercitar la imaginación, comer frutas; carne, jamás: lo cual no es óbice para que el propio catedrático se engulla un bistec sin solearlo.
 A veces no tiene Canetti más que un disco: el disco solar. Yo que soy un hombre magro, he llegado a sentirme achicharrados los huesos con el diálogo de Canetti un día turbio y húmedo. Canetti no me dejaría salir a la calle si fuera gobernador. Yo soy un espectáculo antiheliótico. He pensado, al oírle, en la gran necesidad de crear en España un ministerio de Helioterapia. Canetti sería un gran Cierva de este ministerio.
 Todo el mal de España es porque no aprovecha el sol; se venden más tendidos de sombra. ¿Realmente le importa a Canetti el sol? ¿Y, realmente, el español va con sol? Porque yo tengo una visión de la Península quizá un poco arbitraria. Yo he pasado por Andalucía, por Castilla y por algunas provincias de Levante, y verdaderamente, yo no recuerdo sino hombres en las esquinas tomando el sol. Y como entonces no conocía a Canetti atribuí el mal hispánico a estos baños callejeros que Canetti recomienda como salvadores de raza. Luego, aquello que afirmé de la idea puede ser una cosa cierta.
 Pero como Canetti suele ser ameno, y es, sin duda, un gran compañero de viaje, pues nos fuimos al Teide con él y si no veía al sol veríamos a Marte, que desde aquella altura de dos mil metros atisba un astrónomo inglés.
 Y allí aparecimos un día espléndido, clarísimo. No hemos sentido jamás una emoción de naturaleza más maravillosa. El cono de la terrible montaña se proyectaba sobre un mar infinito, como la sombra de un águila fantástica. Las siete islas brotaban del mar, tímidamente. Eran siete montoncitos pequeños que podría desde aquella altura apuñar nuestra mano. Aparecían como en el escudo de Canarias, claro que sin la cursilería del escudo, pero con una graciosa pequeñez idéntica. Canetti elevó al cielo el humo de sus cabellos de judío. Los pelos voltearon como espigas al viento y...Canetti empezó a desnudarse. Yo le miré estupefacto.
 Y como soy hombre de catarros y corrientes de aire, no puedo contenerme:
 -Alejandro: ¡va usted a coger una pulmonía!
 Rió. Era el sol lo que iba a coger. El silencio de la altura lo hacía estremecer el aire que pasaba cortando, silbando, con un largo quejido de cíclope. El sol ardía en los peñascos de lava. De vez en vez, el ronquido del volcán atravesaba rodando bajo nuestros pies. Cuando volví a mirar a Canetti, Canetti estaba ya en calzoncillos.
 Contemplé el oro de la lejanía. De verdad que era el lugar y el momento para ofrecerse uno desnudo al infinito. Yo, a fuer de hombre poético, sentía también que me desnudaba, pero me desnudaba de la piel y de los huesos. Me quedé un instante desnudo, alegóricamente desnudo, confundido en aquel sano pudor de la tierra ardorosa. Y el sol me entraba en el ánima y el viento fue una cuna impalpable y divina para mi espíritu limpio... La voz del naturista venía a mi oído, como de más lejos: ¿Tiene usted rubor de verme desnudo? Me volví. Canetti era un Cristo resucitado de la entraña del volcán.
 Contesté: Le voy a atar a usted a la inmensa roca, como Prometeo. Está usted casi mitológico. Pero mientras usted toma el sol yo me lleno de literatura. Respondió; ¿A esta distancia se halla usted con ánimo de ayuntar palabras sonoras? ¡Qué quiere usted!-dije-. Me hace falta mucha naturaleza para desproveerme. Ahora tengo ganas de cantar Wagner. Si usted no se riera de mí forjaba el “Nothung” en esta magnífica soledad.
 No cruzaba un alma. Los guías estaban lejos, fumando dentro del apeadero. Canetti avanzó como un aprendiz de Vulcano. Yo continuaba estupefacto. Canetti quería recorrer las veredas desnudo. Había puesto la ropa en la mochila y la mochila se la había sujetado a la espalda. El espectáculo se magnificaba. Llegaron después los guías más asombrados y nos pusimos en camino.
 Pero Canetti conocía ya las veredas de otras ascensiones. Corría por las veredas como un pastor y a veces como un macho cabrío, infladas las narices por la estupenda sensualidad del viento. El sol caía de lleno sobre la montaña. Canetti preguntó de pronto por el astrónomo inglés. ¿Y ese hombre que mira a Marte todas las noches, dónde duerme? Estaba cerca, en un recodo más alto. Allí tenía sus aparatos y la tienda de campaña donde dormía y se engullía sus patrióticos roast-beef. Canetti, a larga distancia nuestra, avanzaba dando voces.
 Y las nubes nos cercaron y Canetti desapareció entre la niebla.
Oímos su voz perdida, casi del otro mundo. No había palabras para gritar la emoción. Las palabras antes de salir se las llevaba el viento; la idea misma se evaporaba dentro, porque los ojos no podían abarcar la grandeza del paisaje. Seguimos avanzando ciegos. Aguzamos el oído. Acaso en esta misma dirección estaba nuestra casa. Hubiéramos taladrado el espacio con nuestro oído, como un prodigioso barreno y no hubiésemos podido nunca alcanzar una palabra de hombre.
 ¡Maravilloso momento de amor infinito! Yo, solo, contemplando el dilatado silencio de las nubes, creí que tenía la eternidad al alcance de mi mano.
 Apretamos el paso. Los guías nos cogieron de la mano. Había que subir con peligro. Y cuando ya escalamos más montones de lava, el sol vuelve a surgir y la montaña brilla húmeda, dorada y azul. El rincón de las Cañadas, donde el astrónomo dialoga con Marte, apareció ante nuestros ojos absortos. Y el astrónomo venía a nuestro encuentro, con una extraña cara emocionada. Era un inglés de mediana edad, blanco de observatorio y con una mirada de telescopio que se clavaba en nuestro rostro con sensación de estilete. Miramos y vimos a Canetti, un poco apartado del inglés, riéndose con la barriga como un gracioso del teatro español, agitando la mochila que le salía del hombro con una magnitud de joroba absurda.
 El inglés, en un tembloroso castellano, nos dijo señalando a Canetti:
 -¿Estaba o no estaba habitado Marte?

[10-VIII-1922]



 Nota: El lector ocasional podrá leer datos sobre Alejandro Canetti al final de la siguiente entrada:

sábado, 19 de abril de 2014

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario - LA EMOCIÓN PORTUGUESA




Óscar Da Silva (enlace en portugués)


 Portugal es buen amigo de las islas atlánticas, Portugal es, además, un gran pueblo. Un pueblo lírico y con una buena intención de seriedad. La emoción ibérica se ha refugiado íntegra en Portugal. Cuando nosotros perdemos la sensibilidad y la vehemencia del alma, Portugal la recoge y se nutre de lírica exaltación. En tanto, la "portuguesada" se adentra en España y halla en ella un insospechado acomodo.
 Un español siempre se ha reído de un portugués. Recordemos ese estúpido cuento del “restaurant do ninhos” (1). Y la verdadera portuguesada ha sido en Portugal no más que una revolución de machos, una colaboración en la guerra de civilización y un mostrar al mundo ese bravo grupo intelectual que tanto lo decora.
 Las islas portuguesas, esas islas vecinas nuestras, son, además, un prodigio de cuidado y de ciudadano amor. Y mientras están llenas de verdura y gracia, las nuestras del Atlántico se aduermen envueltas en aridez y en polvo de arena africana. Un portugués sabe que tiene sus islas y las ama. Un español dirige a Canarias una carta así: "Las Palmas, SantaCruz de Tenerife, Valle de la Orotava". Y este español es, posiblemente, un ministro de la Corona.
 En estos últimos tiempos hemos podido recibir, bien cercana, la emoción portuguesa. Primero, unos aviadores. El avión trazaba sobre el cielo atlántico una línea de temblor infinito. ¡Gran portuguesada esta de extender realmente el ánima sobre el espacio y palpar en un instante, lejos, el extremo del mundo, como si fuera nuestra mano la mano de un dios! El avión parecía todo el pensamiento de una raza viva, que desde la orilla de una playa remota eleva toda su curiosa ansiedad eterna. Eran los mismos navegantes de antaño; llevaban la misma ilusión antigua sobre el mar. El mar parecía cantarles "un himno igual a los himnos de Moisés". El gran poeta lusitano había empujado con su grito la ruta de la nave celeste.
 Hicieron alto en este mar unos días, y nos dejaron por mucho tiempo una vibración consoladora y extraña. Con un poco de imaginación los hacíamos nuestros.
 Más tarde, unos días después, en una fiesta de a bordo se muere un marino portugués: el último de los marineros. Guiaba la falúa del barco, y al subir la escalinata se le para súbitamente la vida. Los marinos se estremecen y la fiesta que no habla empezado se trunca. Desfilan tristes las señoritas vanas, el idiota "bien". Y un español significado, evocando sin duda nuestro ardor tauromático del desastre colonial, acomete al cónsul: "Señor: en una zarzuela española ocurre un caso semejante. Y hay un rey en esa zarzuela que ordena la continuación del baile." El cónsul, diplomático, responde: “Eso es en una zarzuela, señor". Nosotros, bárbaros de condición y oficio hubiéramos respondido con una bofetada épica.
 Y ahora, cuando el mar está sereno y el verano de África nos llena de luminosa paz, vuelve la emoción portuguesa de la mano de un hombre romántico. ¿Pero es que hay aún hombres románticos? El último hombre romántico del mundo será un portugués. Este que viene es un músico silencioso y sutil. Queda nombrado Óscar Da Silva.
 Aparece tímido, con esa bella y acusada figura del Norte portugués: un poco triste, con la tristeza elegante del hombre que recorre el mundo con demasiada emoción en el espíritu. Y al acercarse a nosotros, desconocido y callado, sin espectáculo, ya nos emociona en silencio. Acude a nosotros porque un amigo portugués nos lo envía. Y Óscar nos lleva a una casa y se acerca al piano y nos descubre el asombroso temperamento que oculta su sonrisa. Esta música es como su tarjeta de visita, que nos enseña al preguntarle su nombre.
 Surge de sus manos el hondo mundo musical, con un perfecto prodigio que no podíamos sospechar siquiera. Pero cuando más se hunde la emoción es al arrancar a la entraña de su pueblo dolorido ese acento que es toda el alma portuguesa: la inquietud misteriosa de sus líricos, aquella misma emoción que cruzó con el avión por nuestro cielo. El instante nos eleva y nos desvanece. La preocupación enfermiza de ese fado elástico y gangoso desaparece. Es otra música. Portugal también tenía otra sonoridad diferente en las entrañas.
 Pasa como el último bohemio rezagado, con una tristeza que no hemos podido adivinar. Viene de lejos, de muchos lugares apartados del mundo, en todos los cuales dejó un perro que le escribe cartas románticas. Es el hombre que más perros bonitos tiene en el mundo. Con una gracia delicada y amarga, nos cuenta su éxodo una dama española en Leipzig, los días de aprendizaje con Clara Schuman, en Fráncfort. Todo lo hace Iírico, musical, en la palabra o en la idea. Mira siempre como a un perpetuo ocaso, que tiene ante los ojos, y no pregunta nada crematístico, no sabe que hay dineros por las ciudades: vive el sueño de su propia vida con una belleza y una ingenuidad primitivas. Es el artista puro, íntegro, con el ánima propicia a toda hora. Este artista así tenía que ser también portugués.
 Un español de la calle de Alcalá o que haya sido cruzado caballero de la calle de Alcalá (3), no podría concebir nunca que un músico portugués estuviera dando conciertos en las playas ricas de Nueva York mientras se estrenaba la "Canción del Soldado", en Apolo. Pero Óscar ama a España; hay algo razonable que le atrae en España. Nuestra música "impopular" y nuestras orquestas. Nosotros le hablamos de Barcelona. "Vaya usted a Barcelona. Los catalanes no se ríen de los portugueses. Los catalanes están, atisbando desde lo alto de Montjuich a los portugueses. Crea usted que espían a Portugal para arrancarle el secreto politico."
 Óscar, que no es carbonario, arroja su mirada melancólica sobre un recuerdo imperceptible, recóndito. Luego se estremece por una emoción súbita, rara, y nos abraza como si volviera de un país remoto y hubiera sido nuestro camarada de siempre. Con un dulce acento portugués exclama en castellano:
 -¡Oh, amigo!... Mi amigo cierto...
 Y se vuelve a olvidar de la vida...


Gran Canaria 12-VIII-19221

 Notas (1): Me ha sido imposible encontrar datos de este cuento. Agradecería la ayuda de algún lector ocasional.
        (2): Otro enigma: Los "cruzados caballeros de la calle del Alcalá". Necesitaría ayuda para aclarar este enigma.

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario - EL DIVINO TESORO DE ZAMACOIS



 Otro viajante, otro mensajero nacional. Canetti venía espontáneamente por el sol. Zamacois nos trae una droguería literaria. De todo este último viaje sólo nos ha quedado como recuerdo obsesionante el hongo de Manuel Machado, que parece un braguero envuelto.
 Zamacois ha venido enseñándonos el resto de su gran juventud, esa juventud de Zamacois que siempre parece un cliché de revista española; una juventud que es como una Otero maquillada y misteriosa; esa juventud que pone su pie de Inmaculada sobre el dragón de una vejez tímida y cesante. Cesante, sí. Porque la vejez de Zamacois llega como un cesante, o como la viuda de un cesante, a la antesala de su espíritu y allí aguarda a que Zamacois pueda recibirla. Zamacois tiene demasiados quehaceres; la vejez se va y vuelve. Vuelve todos los días con una constancia de vago madrileño. ¿Cuándo entrará, pues, la vejez en Zamacois?
 Trae un frac nuevo, un frac de juventud, pero de juventud de ahora; dice la misma alegría de un café, cuenta la misma gracia de los antiguos cafés derrumbados. Está como si acabara de llegar de París en cada instante. Trae la misma alegría de un viajero de primera vez, y aunque todas las cosas ya las sabemos por las revistas y por otros viajeros anteriores, Zamacois las descubre con una martingala diferente. Es el viajero de la Venus de Milo, el que ha visto la auténtica Venus de Milo en El Louvre, y aunque todas las Venus de Milo suplementarias son la misma Venus de Milo, él dice: "No se puede uno hacer idea de la Venus de Milo hasta que no la ve en su propio mármol". Esto es juventud, nada más que juventud, un poco recalcitrante, pero amable.
 ¿Es conveniente que Zamacois sea joven tanto tiempo? Sí. Zamacois no podría existir sino joven; en cuanto Zamacois envejezca se perderán muchas cosas agradables de Madrid. Los cafés tendrán menos humos de cigarros; Carrere no hará sus versos de la noche –esta otra noche, joven de Carrere- Rafael Cansinos no citará a sus amigos a las cuatro y media de la mañana en el Colonial; se quebrará la genialidad de Raquel, y la otra juventud de Gómez Carillo se pondrá mareada como un damasco viejo. Desde que el cuero de Zamacois empiece a arrugarse, se perderá en el acto el cliché que tienen en "NuevoMundo" de don Ramiro de Maeztu. Y aunque se busque el cliché por todos los sitios, en los cajones, en las cestas de papel, acaso en los bolsillos de los redactores, el cliché no aparecerá. La juventud de Eduardo Zamacois es lo que sostiene estas cosas viejas que tenemos en nuestras casas y que nunca nos decidimos a tirar. De las cuales decimos: “Sí, sí, esto no sirve; pero cuando nos mudemos a la casa nueva lo arrojaremos a la basura”. Y en tanto que la juventud de Zamacois no busque casa nueva se mantendrán vivas todas estas cosas que laten alrededor de su conciencia juvenil.
 Trajo su juventud intacta. Le hemos conocido de un "tirón”, desde sus más lejanos tiempos hasta ahora. Y las canas que tiene son prematuras, es seguro que lo son, porque él se las deja limpias y las exhibe sin enojo. Él sabe que sus cabellos blancos han venido demasiado pronto, son canas de juventud que llegan para ocupar el sitio de las ancianas y no dejarlas invadir la cabeza eterna. De centinelas de las viejas, las canas nuevas defienden la posición tomada con un ahínco desesperado y teutón. "- ¡Canas viejas -parecen decir, cuando Zamacois se quita el sombrero sueco- canas viejas, quimera! ¡Somos pelos negros audazmente disfrazados de blanco para engañar al innoble y traidor ejército de la vejez capilar...!» De verdad que son como unos espantapájaros de las canas verdaderas. Con estas canas, antemano sembradas ex profeso, de nada servirá la aparición de las legítimas... ¿Cuáles son las legítimas? ¿Cuáles son las falsas? ¡Mil pesetas al que descubra entre todas estas canas falsificadas la íntegra cana...! La cabeza de Zamacois puede ser un escaparate de perlas Kepta.
 Y sin embargo... Esa juventud rezagada tiene un encanto sentimental único. ¡Hay tantas cosas que penden del hilo de esa juventud...! La cómoda creencia de los valores, ese no querer desengañarse uno de las afecciones de ayer... Ese decir: "¿Aquella cosa? Sí. Estaba bien... Quizás ahora...", pero no queremos volver a ella para no desmembrar el recuerdo.
 La juventud de Zamacois es ese recuerdo. Es necesario, pues, que Zamacois sea joven; por lo menos mientras no haya revolución, mientras se repitan los discursos españoles, y se le llame en los periódicos de Madrid el "gran Manolo» a Linares y "Pepe" a Campúa. Y cuando irremediablemente, fatalmente, Zamacois no pueda con el peso de su juventud -porque cuando sea viejo de verdad no será el peso de la vejez el que lo atosigue, sino el peso de su juventud- cuando no pueda ya con el peso de este divino tesoro, preparémonos, heroicos, a la gran revolución espiritual, intelectual... ¿Por qué Pedro Mata escribe novelas gordas todavía...? ¿A qué se debe el desusado éxito de una novela llamada no sé qué de la Troya? A esa juventud del gran simpático Eduardo Zamacois. Esta juventud es una tolerancia inaudita...



[28-V-1922]

Anuncio de "perlas Kepta", citada en el artículo. Obtenido de "Todo Colección"

lunes, 14 de abril de 2014

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario - HELIOS Y SU VIAJANTE


Alejandro Canetti (Foto aportada por su biznieta Yanitza Canetti)



 Este espectacular judío de Rubens, que se llama Alejandro Canetti, ha dado un salto desde el sombroso lugar que es la biblioteca del Ateneo de Madrid (no fumadores) a este país desnudo, abierto, áspero... Una sandalia griega bajo un pantalón inglés ha cruzado la ciudad por el lado del sol. Alejandro Canetti, comisionista de Helios, va prendido de un rayo que se enmaraña en su melena con una agresividad o complicidad de tanto por ciento. Alejandro Canetti viene a ofrecer el sol; lo trae al modo de un paño de Sabadell que compite con el de Manchester, pero lo trae a la vista, como en la mano, al modo de una flor aromosa, a la manera de una gentil copa de salud encantada. Canetti es el verdadero viajante del sol.
 Su cabeza está compuesta para un halo de sol; la barba se le afirma sobre las mejillas duras, hondas, donde la raíz capilar debe refocilarse como la de un árbol hercúleo; raíz llena de sol, pelos dorados como muestras de rayos de sol, así como esas botellitas chicas de coñac, que anuncian las botellas grandes; todo Canetti está envuelto en cierto prestigio rubio, y él mismo viene a ser como un almanaque anunciador del sol, una muestra de esa enorme y esplendida fabrica donde el sol se construye...
 Pero la primavera atlántica suele guardarse su sol; y ahora hay en el cielo, constantemente, nubes algodonadas, como de algodón acariciado de hollín. Canetti, sin embargo, ha sabido sentir esta pequeña burla celeste y se ha escondido, sonriente también, como otro sol, bajo su melena. En tanto, anuncia el maravilloso producto con un entusiasmo de hombre que está a la puerta y señala con la mano el telón vaporoso. El sol se para a oírlo y ya se le nota, que le da su comisión de diez por ciento en su salud recia y alegre.
 Seguirá su viaje a América, es comisionista del sol hispanoamericano. De Madrid traía un sol, que dejó por mínimo en la fonda; y ahora se recoge el sol indígena para llevarlo al Nuevo Mundo como el mejor sol habido. Y con una graciosa ironía florentina nos ofrece un tomate ebrio de rojo, diciendo: "Es una tableta de sol”. Y una copa de agua de naranjas: "Es una solución de sol".
 Canetti y su sol nos llena de recuerdos brillantes, de momentos luminosos. A ratos, una epilepsia pintoresca y literaria surge en nuestra memoria... "Espectros"... Ibsen. ¡Ah! Oswaldo dice en la escena terrible: «Mamá, dame el sol...” Y vemos aparecer de pronto, por la puerta del foro, a Canetti con una ciruela dorada y húmeda en la mano.
 Otras veces vemos las ciudades insulares secas, sedientas, desesperadas de rocío. Y el sol, cortando peñascos, hirviendo en la lava dormida. Y surge Canetti como un profeta ardoroso, saludando al peñasco saludable...
 ¡Sol! Fuente de poesía y de vida. Cierto. Las azoteas de las casas, a pesar de las nubes, están llenas de comensales de sol. Chicos desnudos, mozas descubiertas. Y el sol, como quien aprueba un presupuesto total sin mirarlo, cerrando de golpe todas las grietas íntimas. Llegará un instante en que este grato amigo del sol se volverá a sus dominios después de imponer la longevidad en la tierra.
 Pero en los paréntesis del sol, en las sombras de su propaganda de sol, nos habla de ese misterio teosófico, que es como otro sol sin rayos, más bien rincón sombrío y deleitoso, donde los refractarios del sol nos podemos ir nutriendo con lentitud de siglos. Si el sol no dilata el caparazón actual vendrá esa infinita convalecencia a la sombra que nos hará verdaderamente eternos...
 Canetti lleva, pues, el sol y el contrasol en su viaje romántico. La cabeza, cubierta con su melena, y el pie desnudo. Sol y sombra. Casi la fiesta nacional embebida de metafísica. El cráneo, cobijado por el bosque de sus cabellos, en donde el pensamiento corre como agua clarísima. Todo el vegetarismo sutil, la helioterapia psíquica. Un maravilloso arte ultravioleta...
 Y en el lugar de su corbata humana, como el hombre que sacrifica su cabeza, heroico por un ideal, un cordón dorado y brillante, que le cercena la nuca como un legítimo rayo de sol Houbigant.

[23-V-1922]


Fotografías tomadas por Venancio Gombau Santos.


 Nota: A la hora de buscar los enlaces necesarios para esta entrada, me encontré con que no existía ninguno del protagonista de esta entrada. ¡Me encontraba ante un reto angustioso! ¡Podía fracasar en hallar un dato fundamental, justo cuando esta sección estaba llegando a su cierre!
 Frustrado, afronté el reto. Y para mi fortuna, un par de fotos antiguas emergieron del siglo pasado en mi rescate. ¡Eso sí, no resolvían el misterio! Me encontré con que existen más datos del fotógrafo que del fotografiado. Me encontré también con que todo apuntaba a algún de relación con uno de nuestros españoles más ilustres: Don Miguel de Unamuno (el cual estuvo también en nuestro archipiélago, si bien sobre todo como preso)... Pero cada senda que se abría conducía a un erial. Hasta que siguiendo la pista de una foto me encontré con la web de una escritora cubana, afincada en Estados Unidos : Yanitzia Cannetti.



Yanitzia Cannetti


 Aunque casi parecía indiscutible la relación entre ambos, sobre todo con leer un poco la bohemia trayectoria de esta familia a través del tiempo, las naciones y las diversas manifestaciones culturales, tenía que asegurarme. También existía un joven cantante con ese apellido y, por otra parte, la rareza del apellido no era garantía de haber acertado con el objetivo de mi búsqueda. Decidí escribir a la citada escritora en busca de ayuda.
 Una vez enviada mi consulta, me dispuse a esperar. Es una vieja costumbre. Y por lo general una costumbre infructuosa, que me obliga a intentar otras cosas. Nadie suele responder. No obstante, entre esperanzado y desosegado, esa noche revisé mi correo antes de acostarme. ¡Alucinado, vi que tenía una respuesta que, entre otras cosas, contenían estas palabras!:



       Hola, Ildefonso,

    Por los datos que me das, sí, se trata de mi bisabuelo. No solo frecuentaba, sino que impartió conferencias en el Ateneo de Madrid por la fecha que mencionas. De origen suizo (Ticino, en el cantón italiano), viajó a España (a Salamanca) y se quedó en España por la gran amistad que entabló con Miguel de Unamuno (viajaron juntos por el mundo) y porque años más tarde se enamoró de una española. Viajó por toda la península, como científico, humanista, catedrático… y un hombre fuera de época. Me cuentan que estableció comunas estilo hippie cuando ese movimiento no existía en ninguna parte del mundo;  también consta que fue el primer naturista de España, promoviendo una cultura sana en un mundo que lo tildaba de loco. Luego viajó a Cuba y no le fue mucho mejor en relación a su mente tan adelantada. La sociedad habanera de la época era mucho más cerrada a los cambios que él proponía en la alimentación y en el estilo de vida. 

     Tengo muchos datos y artículos publicados en España, Cuba y Estados Unidos sobre mi bisabuelo. No sabía, sin embargo, que había estado en Canarias y me alegra saberlo. Por favor, mándame todos los datos que hayas encontrado. Yo aquí te paso fotos de mi bisabuelo y te adjunto una nota pintoresca sobre "este raro personaje" del que me siento tan orgullosa. 

       Un abrazo,
       Yani




  Las fotos a las que se refieren figuran más arriba. En cuanto a la "nota pintoresca", publicada en el extinto diario "El Adelantado", es la siguiente:


    
  ¡Pueden imaginar mi sorpresa! Si me apuran, la respuesta fue casi inmediata. Agradecido, respondí a mi amable "salvadora" facilitándole el texto de Alonso Quesada que hoy no protagoniza, sino que "coprotagoniza" esta entrada. Y a raíz de ello, bisabuelo, biznieta y un servidor se unen a través de una crónica de la isla. ¡Quién sabe si dentro de otros 92 años otro lunático seguirá con esta extraña "cadena cronoviajera"!

 ¡Gracias, Yanitzia!


 Sobre Yanitzia Cannetti



 Yanitzia Cannetti nació en Cuba en 1967, y es un torbellino de conocimientos: fotógrafa, traductora, escritora, políglota, editora y... ¡Y muchas otras cosas más, que hacen que uno crea firmemente que hay genes encantados en su familia! ¡Y encima es guapa y amable! Intentaré volver a hablar sobre ella en cuanto tenga más tiempo y conocimientos. De momento, unos enlaces de esta fascinante mujer que se dedica con especial cariño a la literatura infantil, tanto como escritora como en su faceta de traductora. "El Grinch" habla español gracias a ella.






domingo, 29 de diciembre de 2013

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario.- SIRENAS YANKEES






Yuntas frente al hotel Metropole (1900)- Foto de Jordao Da Luz Perestrello



 En tanto el cronista, menos sutil y menos viajero que Ulises, contemplaba el mar -la barba enterrada entre sus manos- con esa obscura y pesada tristeza del insulario señero; sin sandalias y sin esmeraldas en las correas de ellas, mis bien con unos duros zapatos americanos, mientras así estaba el cronista olvidado y perdido, del otro lado del mar se forjaba una linda historia para sus ojos.
 La isla poco divina, pero con luminoso aire, dormía silenciosa ante el mar casi de un azul mediterráneo. El cronista, con los ojos perdidos en las aguas brillantes, gemía también como el hijo de Laertes, removiendo la turbia pesadumbre de su corazón. Porque era un día solo, uno de esos largos y solitarios días en que todo, tierra y cielo, parece tener quietud de mar infinito. El amable calor de la mañana atlántica le traía un afán indomable de sacudir la ociosidad de la isla, lánguida y amorosa, y correr en pos de un sueño más audaz y magnánimo. La tierra se abriría en la misma raya del horizonte y los hombres diferentes, de distintas lenguas, le mostrarían la delicia turbulenta de las multitudes. Era el mar demasiado espeso y la isla una Ogigia sin reina y sin belleza inmortal. La paz tenía aquella mañana una incomodidad de cojín chalado. Las cosas perfectas, puras, deben tener esta misma estupidez de igualdad.
 No cruzaban barcos; los extranjeros teman la novedad aburrida de siempre y las noticias venían lentas también: noticias políticas, ramplonas; el aire de todas las cosas era como el de esos gabanes largos, estadísticos, que tienen una abertura pequeña por donde asoman las ridículas bocas de los pantalones. Olía el ambiente a cosa vieja, idéntica, a esa molesta cosa del recuerdo invariable, y la barba del cronista, cada vez más hundida en el cuenco de su mano, iba afilándose rencorosamente y llegó a tener agudeza de punzón, una taladrante barba mefistofélica... ¡Oh cómo debió serla ansiedad musculosa y vibrante del viajero griego, en su aromada cárcel...!
 Un carro de provincia, un tranvía de provincia, lejos. Caían en la miel del silencio los ruidos ásperos, apagándose poco a poco... Nada pasaba hoy por la vida aislada. Ciertamente nunca pasó gran cosa. El panorama ha tenido para el insulario una entrevisión humilde, que él fue abriendo de un modo agrio y a veces imaginativo. Pero este día en que el alma se vuelve aroma espeso, los mismos barcos, las mismas cosas vulgares, pasaban la provincia con su historia raída, oficial, a nuestras espaldas. Y de pronto, cuando más barrenaba el silencio, un humo largo y espeso, tres columnas de humo surgen del mar, en el horizonte. Y luego, tres cabezas de chimenea, y más tarde las tres chimeneas gigantes y a lo último un barco obeso y desmesurado...
 Se acercó lentamente. El humo se fue aclarando, con esa alegría del humo que ve tierra; humo despabilado que se levanta de su litera y envuelve a las chimeneas con la gracia de los tules de las viajeras jóvenes...
 El muelle se fue cubriendo de gente y el barco gordo, al avanzar, enarbolaba sus banderitas. Los mástiles saludaban con los pañuelos de sus banderitas. Y cuando ya la acción de los gemelos cesa, comenzóse a ver la cubierta del barco repleta de cabezas con gorras... ¿Qué podían ser?
 Una voz gritó: ¡Los turistas! ¡Los turistas! ¡Ah, verdaderamente sabíamos de este arribo! Sí. Turistas yankees. Una agencia de Nueva York volcaba su edificio sobre un barco. ¿Cómo lo habíamos olvidado? Seiscientos dólares, desde Nueva York a Italia. Un día en Canarias, otro día en las Azores y luego medio día por las provincias ibéricas. Medio día en Madrid, medio día en Barcelona. El mundo en cinematógrafo, pero con la película reflejada hacia fuera. Era el público el que giraba rápidamente ante esa pantalla del mundo impertérrita... ¡Y mañana...! La Puerta de Tierra gaditana enclavada en el Paralelo; el Museo del Prado, sobre las rocas de Cuenca y El Escorial, de Estación en Alcázar... En esta película del recuerdo las cosas se veían así después en el cuadragésimo piso de Wall St. ¿Cómo se podría separar el recuerdo de tantos medios días diferentes?
 En Ávila-dirá una miss- hay una cosa que llaman la Puerta del Sol, donde está un edificio así como el Capitolio... Con una bola que sube y baja cuando hay crisis. Nosotros presenciamos una... ¿Y la Italia...? El Vaticano está rodeado de unas cosas muy bonitas que los catalanes llaman ramblas... Pero no vimos las bombas... Solamente en la Vía Appia había unas cuantas apagadas ya,
 Los turistas traían una espantosa sed panorámica. El primer episodio era esta tierra; obstáculo del largo mar, posada de todas las rutas. En la cubierta del barco apuntaron los kodaks. El sutil estampido cayó sobre el muelle rápido con sonido de resorte de petaca. Y cuando el barco atracó invadieron las escaleras cuarenta y nueve mil años bien conservados...
 El cronista alzó la cabeza y soltó el sostén de la columna de su brazo. Y sus encandilados ojos contemplaron con sorpresa infantil el espectáculo...
 Pasó un americano de barba de magistrado español y una anciana absurda con una ancianidad tudesca de provincia del viejo Núremberg... Y oyó el cronista decir que eran setecientos más los que venían.
 La gente indígena arañaba con los ojos asombrados las figuras de los turistas, que montaban en unos automóviles contratados de antemano por la agencia. Pasaron otras americanas, y entre ellas, unas solteronas galvanizadas, con unos sombreros de sainete. Pero la mujer bonita no aparecía. Este barco no traía la mujer bonita de todos los barcos. Esa mujer bonita que todos hemos visto en nuestros viajes y la cual se recuerda diciendo: "Venia una muchacha, por cierto preciosa. Y no mareaba".
 La agencia debía ser una agencia antigua, como una caja de ahorros de viajeros. Estos turistas habían puesto en su juventud lejana dentro de una hucha en forma de barco un largo deseo de viaje. Una cola de deseos. Allí estaban los deseos hace cincuenta años esperando el turno. ¿Y eran yankees? ¿Pues cómo esa constancia teutona en aguardar...? Parecían, al saltar, un ejército de tenderos retirados del negocio... Allí vendría quizás un jubilado de las máquinas "Singer”. ¿No sería aquél, largo y encorvado como una "Ese" enorme...?
 El barco volcaba toda la vejez de su vientre, para lucir flamante y luminoso, porque era un barco joven, aunque lleno de respetuosa tradición. Era como uno de esos jóvenes españoles que hacen versos de la "raza" y hablan de las viejas palabras de la "raza" y se saben de memoria todas las senectudes de la "raza". El barco tenía a pesar de su novedad, una cultura de mediados del siglo XIX. Esa cultura iba saliendo, pedantemente, para epatar a un pobre ateneo de provincia. Toda la cultura había ya salido y nosotros no podíamos comprender la intención de aquella agencia lejana.
 Y el muelle quedó vado. Y el cronista buscó un camino para sus desorientaciones. Y en el camino topóse con Mr. Johnson, el inglés que le invita con té los sábados y que era el gerente de la compañía consignatario del vapor. Mr. Johnson nos acogió distraído, pero pudo darnos la clave de esta pequeña historia, una clave inglesa, desde luego, pueril, pero cierta.
 Mr. Johnson, ¿ha visto usted a los turistas?
 —No.
 —¡Cómo, si ha pasado usted entre ellos...!
 —¡Ah! Todo ha sido un fracaso. Hemos hecho contrato con la agencia de Nueva York para 700 turistas, y nada.
 —¿Entonces...?
 —Nos engañaron. Pedimos turistas y nos han mandado a los padres de los turistas...

[26-III-1922]


sábado, 21 de diciembre de 2013

"Insulario", de Alonso Quesada / Panorama espiritual de un insulario- HUMORADA PROFILÁCTICA




Cementerio de Las Palmas(1910-1915)-Fotografía de Kurt Hermmann


 Hoy, día gris, día poco español, de influencia británica, ha muerto el portugués del profiláctico. La nueva, así, escuetamente contada, carece de interés nacional. La transmutación de un portugués de la Madeira, ocurrida en un rincón atlántico, es una cosa simple, desapercibida. Mucho más ahora, cuando en el propio Portugal, mueren de golpe unos cuantos ministros portugueses sin que el lomo del mundo se estremezca.
 Pero este portugués finiquitado hoy tiene cierto recuerdo curioso en mi panorama espiritual. Y como pasó por él graciosamente, quiero dedicarle esta breve memoria escrita. Acaso alguno sienta también este recuerdo... ¿No nos detenemos curiosos en los cementerios ante las lápidas vulgares, desconocidas... ¿No leemos atentamente todos los epitafios, todos los nombres de los muertos...?
 La isla cobija buen número de portugueses emigrantes, la mayoría del género galante. Una mujer portuguesa es ultrajada en Lisboa o en Cintra por cualquier Freitas (1) pagano y va a ocultar su deshonor a la Madeira. De la Madeira tórnase a este lugar isleño, en tanto que la violada indígena se refugia en el verde peñón lusitano. Un gentil intercambio que rejuvenece los cutis de las prostitutas. Un portugués de muelle, con manos negras y mucho jeito, se viene a Canarias dentro de un lanchón tiznado y vive de acometer pasaje extranjero con el anzuelo del cambullón. No es, por lo tanto, muy escogida la representación portuguesa.
 Pero el señor Enríquez (2) era un hidalgo, el más hidalgo portugués de la colonia. El señor Enríquez tenía una pera puntiaguda por barba y cierto ademán melodramático. Era casi un portugués de esos que no existen y que la tontería española inventa en son de burla, para justificar sus propias ocurrencias de portugués. El señor Enríquez era el portugués que, según los castellanos, llamó al pecho femenino "restarán do ninhos". Era un portugués tan español que cuanta cosa hizo, fabricó, parló o cedió tenía un legítimo empaque de portuguesada. Hablaba el castellano con una prosopopeya de mayoral leonés y aunque en la ciudad atlántica los indígenas truncan la zeta por una ese suavemente criolla, el señor Enríquez aprendió a pronunciarla con tan firme sonoridad que daba deleite oírlo y placer el provocarlo a una amplia correría por el léxico. Yo no sé por dónde supo el señor Enríquez que don Eduardo Benot decía que el castellano atlántico se hablaba bien, mas se pronunciaba bastante mal. Pero el señor Enríquez repetía esta historia a su mujer, que era insularia, y a los jenízaros de sus hijos. La obsesión de su vida fue la zeta, la labor cotidiana de su vida, una retumbante actitud de teatro...
 Era droguero, un droguero gentil. Un anuncio del señor Enríquez constituía una página de oro, un depurado y transparente romance. Así, llamó una vez a un dentífrico "verdadero paño delante para el blanco charol de los dientes", y al corcho en hojas, “deleite de codos cansinos y cabezal imaginativo".
 El señor Enríquez abría las puertas de su droguería con la voluptuosidad que Sarah Bernarth las puertas del foro en un drama de Hugo. Extendía los brazos hacia el fondo y aguardaba un instante de plasticidad muda. Las esponjas de la puerta se agitaban al viento como campanillas de una enredadera fantástica. Todo esto a las siete de la mañana, cuando la ciudad dormía aún. Después el señor Enríquez exponía sus anuncios entre un ejército de cepillos de dientes... Comenzaba la gente a entrar y el señor Enríquez ponía ejercicio su equilibrio prosódico.
 Pasaban los años en plena fronda lírica. El señor Enríquez se aclimató: salieron los hijos mixturados y toda la droguería llenóse de perfume idiomático. El señor Enríquez exponía su sonrisa de alta comedia ante la clientela y la clientela llegó a necesitar como una droga más el regaliz de aquella prosa ilustre.
 El señor Enríquez iluminó sus anuncios, puso un reloj alumbrado a la puerta de su tienda. No le quedó cosa sonora y brillante que no ocupó en beneficio de sus productos. El reloj tenía el propio empaque del señor Enríquez; era un reloj romántico que al marcar la hora erguía el minutero como una cerviz hidalga... El señor Enríquez regalaba anuncios en verso y despedía a los clientes con una cortesía protocolaria... Olía a jabón de glicerina y a peras de goma; andaba en pantuflas y era como si una zeta escondida se fuera escribiendo en el suelo con un ruido de charolina virgen. Todo el señor Enríquez tenía una línea general de zeta y en el fondo de aquella vida atiborrada de cosas de bazar venía a ser la zeta como la incógnita misteriosa de un ánima complicada. Para el señor Enríquez la zeta era signo de algo oculto detrás de la vida...
 Y así fue que al descubrir su maravilloso profiláctico lo llamó el Profiláctico Zeta y en el escaparate puso una Zeta enorme y luminosa como una constelación recién aparecida...
 Yo no sé si la preocupación patriótica por sus galantes conciudadanas llegó a hurgar en su conciencia, mas nunca comprendí cómo un hombre tan elevado sobre las drogas pudo guiar su curiosidad hacia un invento tan de droguero. Al señor Enríquez metiósele en el casco evitar la avariosis de sus portuguesas, salvando a los isleños de aquellas terribles y verdaderas portuguesadas... Y el profiláctico surgió. Y el día que el escaparate se vistió de frascos salvadores, el señor Enríquez se sintió con una consistencia que el régimen de su país no ha tenido, una convicción ortopédica de braguero americano...
 Aquel día memorable el señor Enríquez colocó su anuncio rey. Las letras luminosas sembraban la calle de claridades positivas:"¡No más avariosis! ¡El profiláctico Zeta ha venido para librar al mundo de tan desmesurado mal! ¡Después del Profiláctico Zeta, el Oswaldo de Ibsen no tendrá razón de ser...!”
 Y a las pocas semanas el señor Enríquez se murió de la ironía de su profiláctico. Una tarde en que sacudía el señor Enríquez las esponjas de su puerta se le atragantó la zeta en la boca, torciéndosele, y el brazo se le paralizó y la pierna hizo un torniquete espeluznante. Los veinte años lejanos del señor Enríquez se le metieron de pronto vengadores en la cabeza y le punzaron la coronilla como agudos alfileres... Se le clavaron en la masa del señor Enríquez y al señor Enríquez se le cerró el ojo...
 ¡Se moría...! El profiláctico incólume se burlaba de su ingenio... Como una vengativa carcoma le fue horadando la médula… Pero aunque la lengua le temblaba como las esponjas de la puerta, el señor Enríquez tuvo fuerzas para morir como un hidalgo sonoro...Los hijos lloraban la trágica burla; en derredor, la esposa lamentaba la vuelta de aquel pasado tan chico y tan escondido y ofrecía su corazón atribulado por el dolor de aquella vida sentimental:"¡Oh, querido Enríquez, tenemos el “corasón” traspasado!”.
 El señor Enríquez forzó el ojo prieto y sacudió la lengua para responder desde la puerta de la eternidad, desde aquella puerta donde ya estaba él teatralmente colocado:
 -¡Oh... corazón... con zeta... querida cónyuge...!
 Y se quedó entonces mudo, inservible, como su profiláctico...
 Yo anoto hoy su recuerdo en mi panorama espiritual con cierta melancolía humorística…

[21-1-1922]

 Notas:
 (1) Desconozco qué personaje es el "Freitas" citado en el texto. Los ciudadanos de renombre de principios de siglo XX, o del siglo XIX que investigado, no parecen tener ningún punto en común con el "tono" con el que este apellido es citado. Agradecería la ayuda de cualquier posible lector.
 (2) Aquí ocurre lo mismo que con el anterior personaje. El único "Enríquez" del cual se habla como persona destacada en la historia de la ciudad es Rafael Enríquez Padrón, pero sin duda no se trata de él. De nuevo, dependo de la ayuda de algún posible lector, versado en la historia de Las Palmas de principios del siglo XX.