Ante
nuestros ojos se abre la puerta del salón. Un cuarteto sencillo ejecuta sus
piezas, unas señoritas ríen, unas inglesas medio desnudas, bailan. Unos marinos británicos hacen cortesías. Es una noche agradable. Una de esas noches que
tienen el comentario del abogado fiscal sustituto o del delegado de Hacienda.
(Estos personajes van juntos por la acera, sienten de pronto una brisa suave y
alzando los ojos a la noche exclaman: Está agradable la noche). Pues la noche a
que nos referimos es como esta que han encontrado agradable el delegado de
Hacienda y el abogado fiscal sustituto...
El mar es de plata. Una plata ahumada y vieja.
Los barcos en la bahía hacen las rayas oscuras del humo sobre el mar. Algún
momento se oye la sirena de un barco noruego. En estas noches de plata que
tienen el color del lomo de los peces noruegos sólo se oye sonar la sirena
escandinava. El lamento se arrastra por las ondas y corre por el camino de la
estela invisible que dejó el barco al llegar. El sonido de esta sirena nostálgica
se acerca en la noche remota hasta acariciar las playas árticas...
Es un miércoles inglés. Ahora ya no es inglés
el sábado solamente; el miércoles también está libre del trabajo inglés. Estos dos
amables días vuelan como dos libres golondrinas sobre todos los cielos
ingleses. Aquí, en la ínsula, revolotean nada más porque la Hacienda, el
Gobierno Civil y el Banco de España no cierran sus puertas los miércoles. Pero
los ingleses sueltan al aire su pedazo de día, y después de saltárselo en el
campo con pelotas se bailan tranquilamente la noche.
Hay un buque de guerra inglés en la bahía, un
buque escuela. Barco elegante, sobrio, práctico, armado hasta los dientes. El cañonero
español a su lado es la pistola con que don Juan Tenorio mata al comendador.
Por honor de este barco ingles se celebra un baile.
Ese baile donde las señoritas ríen, las inglesas medio desnudas bailan y los
marinos hacen cortesías, ese baile que al abrir la puerta del salón han visto
nuestros ojos seglares.
Nos hemos recogido en un rincón. A pesar de la
etiqueta, huele a humo de Capstan el salón. Estos ingleses de los barcos de guerra
están hechos a base del virginia. Huelen a latas de tabaco sin encetar...
El capitán inglés (1907-1909) Autor desconocido
Bailan pausadamente, con cierta incólume
pedantería de post-guerra. Todos los marinos del mundo no saben otra cosa que
bailar. ¿Por qué han de ofrecérseles bailes a todos los marinos que desembarcan
en puertos forasteros...? Nunca se les brinda con un concierto, ni con una
velada literaria, sino con un baile. Las mujeres de los puertos de mar han
bailado ya con todos los marinos del mundo. Cuando uno se casa con una de estas
mujeres nota una huella en la cintura donde se ajusta bien la mano. Es la
huella de las manos inglesas, francesas, españolas, italianas, rusas... Los
marinos han hecho dar muchas vueltas a estas pobres mujeres. La imaginación de
estas mujeres ha ido también al compás de sus cinturas...
En este baile que hoy están viendo nuestros
ojos, las mujeres son las mismas y las manos que las sujetan tienen la misma
sensibilidad embreada. Nada ofrece en este baile descubrimiento. El marino
es del tipo anterior; el silencio de su idioma tiene la prístina asnalidad...
El baile es grave, austero; baile gris que pide
a gritos un rigodón de honor. El tono es de pintor patriótico inglés, de esos
pintores que pintaron escenas dramáticas de la guerra de Crimea y le pusieron
al pie versos de Tennyson. Pero hay en medio de todo esto una silenciosa nota
regocijante. El comodoro baila en serio, los oficiales y los guardias marinos también...
Y un señor, al principio desconocido, de pantalón corto con hebillas, más
interiormente rasurado que los demás, baila también con mayor alegría. (Hay
que hacer una pausa sonriente para decirlo.) Es el pastor del barco; en España diríamos
el capellán de a bordo...
¿Cómo se llama este pastor? Es rollizo, rosado
y de infantiles ojos azules... Nos dice el cónsul que se llama Mr. Butter, míster
Manteca traduciríamos. Es blancucho, mantecoso y parece tener una sencilla
religión a flor de piel, sin complicaciones y sin salterios. Míster Butter
baila; ha aceptado el baile y se lo está ofreciendo a Dios como le ofrecía su
habilidad acrobática a la Virgen "le jongleur de Notre Dame"...
¡Deliciosa religión -pensamos- en la cual el
pastor de las almas baila sin menoscabo de la hostia...! ¡Religión maravillosa,
sin estola y sin cíngulo que impida el ejercicio muscular...! Este pastor dirá
su misa y continuará platicando con Dios en el tennis.
En medio del salón del baile, con una mistress
cogida del brazo, está implantando la Reforma. ¡Delicioso! El pastor puede amar,
coger señoras por la cintura públicamente y luego interpretar la biblia y
bautizar con whisky...
Ha bailado una vez, dos veces, cuanto le vino
en gana bailó. En el bar, después, habló de sus viajes con gravedad de
evangelista... Todo el mundo lo contemplaba sorprendido. El miraba sonriente...
Y uno se atrevió... El vocal de la Junta.
Siempre hay en las Juntas un vocal mandingo... Se atrevió a preguntarle:
-Señor, ¿los curas de su país bailan...?
Mr. Butter calló un instante. Después, alzando
el vaso, contestó amablemente:
-"Salmead a Jehová con harpa y voz de cántico...
Aclamad con trompetas y sonidos de bocina delante del rey Jehová..." Salmo 98, versículos
5 y 6... Crea usted querido señor: yo bailo, pero, en el fondo, sólo estoy
salmeando a Jehová...
Las Palmas,
diciembre. [11-XII-1921]
No hay comentarios:
Publicar un comentario