Políticos liberales en la finca de Tauro (1927-1930) (Autor desconocido)
El señor Argente -muchas legislaturas diputado
por Las Palmas-nos ha visitado ahora para serlo otra vez. Ha querido ver la isla
para representarla con alguna visión panorámica por lo menos. Hubiera salido
diputado también sin visión.
El señor Argente es, sin duda, un hombre
inteligente y agradable. Alguna cosa universal le preocupa y como ha sido
ministro se le nota que es modesto, con esa tibia modestia que se pone al modo
de un gabán o de unos botines, antes de lanzar la palabra a los admiradores.
Modestia de acariciarse la barba o toser levemente y enderezarse el lado de la
corbata. Don Baldomero es el hombre modesto que todos conocemos. Del que se
dice alguna vez«... y además es un hombre modesto...»
La más discreta condición de todo intelectual
español es ser modesto de antemano, por si acaso, al pasar el tiempo, hay que serlo
a la fuerza. Si don Ricardo León, por ejemplo, no hubiese sido modesto al
publicar su libro primero ¿cómo se las hubiera arreglado ahora después de
publicado el segundo y el tercero y así hasta el actual libro? Quedamos, pues,
en que el señor Argente, a más
de su claro talento, posee la distinguida virtud de la modestia. El, para tal
cosa importante, se coloca en un erguido sillón espectacular, y a sus pies,
como un cojín de fidalgo, está su modestia abrigándole. Los electores y los que
por referencia le admiran reciben, agradados, la brisa de la modestia del señor
Argente, y notan cómo ella les refresca amorosa el eterno verano de su timidez.
Don Baldomero ha caído en un hotel británico.
He aquí la principal victoria de este amigo. Los ingleses que desprecian generalmente
toda cosa española, tienen empero un profundo respeto por los títulos
universales, bien sean hispánicos, bien sean mongólicos. El inglés está
deseando siempre buscar una cabeza humana donde poder colocar aquella pintoresca
peluca de sus justicias. Ellos, como más corriente prestigio, tienen sólo las
letras sueltas del alfabeto, que en un caso a propósito unen al modo de A.M.D.G.
jesuítico. Y así vemos cómo aparece de pronto un Sir que es K.G.M.L., signo de
una misteriosa cábala aristocrática que honorablemente oculta a un gentleman
ganadero o a un naviero rojo perfumado de olor de litera de sus propios barcos.
Y aunque el marqués español sea algo lamentable aun en España mismo, el inglés
perdona la nacionalidad y la torcida política de esta nacionalidad, con tal de
poder admirar un prestigio o un abolengo.
Un comisionista catalán o un viajante de
casullas de Zaragoza que cayera en un hotel inglés no sería jamás advertido. El
inglés no mira nunca al hombre-número. Las inglesas suelen alguna vez sonreír a
los militares que son compañeros de «hall», pero el inglés varón es una esfinge
de cauchuf, una vulgarizada esfinge neumática. Mas, si tiene cerca un hombre importante,
lo contempla gozoso, como si todo lo importante del mundo fuera inglés o
tuviese un trocito inglés. ¡Fragmentos volanderos de la Gran Bretaña que han
caído por casualidad en otros suelos para no significar demasiado el egoísmo
nacional y poder justificar y alabar el propio turismo!
Hotel Metropole- Segunda Fachada (1920-1925) (Autor desconocido)
Por esto, don Baldomero Argente, ex ministro español,
ha sido recibido en el hotel Metropole con cierta cortesía sonriente. Su barba
le da un poco más de prestigio y en el «hall» de los hombres rasurados se le
tolera la barba porque ella viene a ser como un ministerio colgante.
Don Baldomero se sienta en el «hall» a recibir
la fauna electorera: los hombres del «haiga» y del «hubieron» que le hacen reverencias
para poder después soportar la superioridad británica. Don Baldomero siente una
curiosa tolerancia de hombre de gran ciudad ante el desfile analfabeto de los votos
insulares. Nosotros, desde un rincón en penumbra, vamos contemplando el frío
interés del exministro y nos preguntamos: ¿Por qué deseará ser este hombre
diputado de una isla sin interés? En realidad (sospechamos y lo decimos) él no
quiere ser diputado. En este momento quizás parezca que sí, pues los ingleses del
“hall” necesitan el paisaje de un diputado que haya sido ministro. Y los
gobernadores de la isla también lo quieren, para poner frente a la orgullosa importancia
de los carbones británicos otra importancia mayor.
Don Baldomero se levanta temprano y como es
hombre que ha estudiado cuestiones económicas y fue ministro de Abastecimientos,
se desayuna en inglés con desayuno inglés, sobriamente. Él, sin duda, querrá
ahuyentar toda clase de remordimientos patrióticos. Luego, don Baldomero se
engulle un almuerzo británico y espera la visita de la fauna. Hace una
flemática digestión, escucha y se interesa, con un interés hermano carnal de su
modestia distinguida. Después las cabezas gobernadoras de su partido lo sacan y
lo exhiben por todos los áridos pueblos del islote. Entonces don Baldomero se
porta como un brillante hombre español.
Todos los diputados españoles recorren sus
distritos de una manera triste, deteniéndose en posadas españolas o en hoteles que
tienen un nombre extranjero pero pescadilla y cocido en el menú. Hay cierto
hastío de señorito en estas correrías por los desbastados pueblos españoles que
Fígaro volvería a reconocer amargamente. El candidato, en cada pueblo vocifera
y repite su discurso. Ninguno puede conservar el aire sereno propio de persona
civilizada. Las fondas españolas están llenas de gritos y hay siempre una mujer
gorda, que se frota el vientre delante del fogón con una mano áspera y tiznada.
Los huéspedes de estas fondas tienen un voto escandaloso, un voto que se
cacarea y que salta con un desenfado de tonadillera, desde el campo de la República
al jardín de la Monarquía. El candidato corre de un pueblo a otro, comiendo comidas
típicas, las cuales confeccionan el acta. La voz se pierde en estas excursiones
y los músculos se deshacen y el candidato es diputado al fin, pero de un modo
grosero y estrepitoso.
Esta isla no tiene esos pueblos diferentes de
España. Ella toda es un solo pueblo de altos y bajos, solitaria y desesperante.
Parece un único voto neutral, dormido sobre una playa árabe. Jamás vino, a
recorrerla ningún candidato, pues mientras vivió el gozador de ella (León yCastillo, embajador), los diputados ganaban sus torneos desde el Fornos
madrileño entre bistek y chistes de colmos. Hoy, sin embajador nodriza que cuide
de alimentar el feudo, vienen a ganar sus actas a pulso.
El primero que ha venido es el señor Argente.
El señor Matos-idóneo y eso que llaman en las reboticas «hijo del país- viene
también; pero el señor Argente es más prestigioso, pues ya llegó al peldaño
ministerial mientras el señor Matos no pasó del modesto escalón de gobernador
de Barcelona. Y ya sabemos que no hay español que no haya sido gobernador de
Barcelona. Además el señor Matos asiste en el hogar de su familia y el señor
Argente se hospeda en un hotel inglés con té y gong.
Es el primer diputado español que tiene un
alojamiento tan cumplido con cierto cariz internacional. Parece más bien un diputado
belga o un importante diputado irlandés. Trae unos lentes de hombre sin
elocuencia, unos lentes de estudiar problemas con alguna seriedad. No se
adivina que es candidato español porque el silencio británico lo acosa y se
guarda para satisfacción particular de los ingleses su prestigioso título.
Los ingleses sonríen a esta acta de don
Baldomero, invisible todavía, un acta que estará bien escrita, sin notas
marginales, acta escueta, sobria, confeccionada en silencio correcto y votada
de un modo austero, que algunos enemigos creerán carneril. Los ingleses están
honrados con esta visita a su hotel. Y el señor Argente saldrá de las urnas,
gratamente, como el humo de una tetera cordial.
El hotel inglés en el camino hispánico del
señor Argente es una pequeña alegoría. La comida inglesa, un ejemplo sutil de humorística
advertencia. El señor Argente no ha pronunciado discursos, pero ha visitado
como un inglés bien traducido todas las importantes casas inglesas. Cercado por
el comedimiento británico, recoge sus votos en silencio y se los lleva como un
efusivo apretón de manos.
Debiera haber un hotel inglés en todos los
distritos españoles, un hotel para los diputados. La fonda española, atiborrada
de butifarras y queso manchego, es una escuela demasiado truculenta. En un hotel
inglés, el diputado reglamenta su vientre y la elocuencia de sus discursos. En
medio de la seriedad de un «hall» aprenderá a no decir tonterías patrióticas y adquirirá
un reposo moderno para tratar cuestiones con cierto equilibrio mental.
El actual embotado ánimo del Parlamento
español proviene de esas fondas atrabiliarias. Un diputado que supiera entibiarse
el espíritu con la distinción de un té elegante contribuiría a formar una
nación bien criada y limpia.
Nuestro amigo el señor Argente llevará a estas
Cortes, a más de su esclarecida mentalidad de escritor, un nuevo tono de parlamento
educado. Mientras a los demás diputados se les notará la plebeyez del chorizo
datista en las interrupciones, don Baldomero tendrá en cada intervención, un
blando y dulce sabor de «pum cake»…
Gran
Canaria [25-X11-1920]
No hay comentarios:
Publicar un comentario