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viernes, 5 de julio de 2013

"Insulario", de Alonso Quesada-En el solar atlántico/BUTTER, EXPLORADOR

Publicidad del espectáculo de Leopoldo Fregoli

 Saludemos a Mr. Butter, explorador africano. Hoy por la pequeña ciudad atlántica recibe a este hombre casi importante. Mas importante, en la actualidad porque ya no hay exploradores. El explorador, se ha quedado reducido a una cosa de gabinete, a una cosa juvenil organizada con cierta monería higiénica. Un explorador serio, explorador de los desiertos del África, de las soledades del continente negro, no se concebía ya y aunque en los periódicos ilustrados solíamos ver alguna vez retratos de estos exploradores, no podíamos creer efectiva su existencia social. Cada año, sin embargo, hay ingleses que quieren ser exploradores y lo llegan a ser sin que nadie se entere. Van al África, cazan tigres y lo llevan a su hall de Londres, de Liverpool o de Manchester para utilizarlos como alfombras, una piel de tigre disecada. La familia se conforma con este audaz viaje del cabeza, pero las revistas ilustradas no se conmueven y en las barberías el cliente no se entera tampoco.
 Hace algunos años pasaban por la isla, ingleses exploradores que después servían para marcas de las plumas de escribir y hasta recordamos a uno, inglés legítimo, con unas barbas de moro y una gentil chilaba, luciendo su presunta heroicidad en la tapa de una cajita de plumas. El oficio de explorador tenía cierta originalidad, cierta independencia. Hoy está tan desacreditado como el del transformista. Ya no hace caso nadie-sino es en provincias atristadas- de esos frégolis repetidos hasta el infinito con su gracia vieja de frégolis, que mueven las caderas con un aire idiota de verdadera nostalgia femenina: transformistas velludos, más velludos que otro hombre cualquiera y a los que el afeite o el depilado no basta a borrar la sombra azul de la cara que se ve más a la luz de las candilejas. Nadie se interesa por estos hombres que en el fondo no son sino ventrílocuos fracasados, artistas con un rezago de vanidad para un café cantante de los barrios viejos y ocultos, esos cafés que parecen cocotas gordas y embadurnadas de polvos de arroz.
 Los exploradores de África, son como estos transformistas y estos ventrílocuos. Ya no tienen valor y así como la gracia de Frégoli se relaja y se olvida (“donna e mobile” de la pirueta) por este amontonamiento de pequeños frégolis, el valor del explorador actual es el valor de un escenario aburrido, un valor sin valor, porque a los tigres ya no es muy importante matarlos y las alfombras de piel de tigre las tienen ya en sus salas todas las familias de la clase media de Europa.
 Pero este Mr. Butter parece que sí tiene alguna importancia. Mr. Butter es un explorador que no mata tigres ni leones. Sospechamos que es un explorador de la civilización negra.

El club inglés (1920-1922) (Autor sin identificar)

 Parece extraño que Mr. Butter pueda buscar una civilización en gentes que no están civilizadas, pero es que entonces la exploración en África de Mr. Butter, no tendría explicación ni actualidad. Lo importante de este hombre es su deseo de hallar grados civilizadores entre hombres negros de taparrabo, que suelen cenarse a sus investigadores psicológicos. Pero Mr. Butter no sólo ha salvado su pellejo de hombre, sino que trae noticias de una civilización desconocida, más antigua que la egipcia y desde luego más inglesa.
 Mr. Butter ha llegado, y él mismo lo hace saber a la Prensa por medio de la candidez consular, y los ingleses de la colonia se enteran de dónde viene este explorador y lo que trae escondido en su maleta. Nosotros, con cierta curiosidad metafísica, nos hemos acercado a este míster ilustre y le hemos contemplado en silencio. Él nos ha recibido sentado sobre un baúl cuadrado-baúl de muestras catalanas-donde debe guardar sus investigaciones y nos saludad en un español a trozos, mientras nos obsequia con una bolita de cáñamo índigo. Nos sentamos a escucharle y los ojos del inglés, por honor a su dueño, exploran en la primitividad de los nuestros.
 No es posible suponer el descubrimiento de este hombre. Es filólogo inglés y novelista, sobre explorador. Y como nuestro natural es en todo momento literario, nos interesa más Mr. Butter como novelista. Nos enseña el inglés una novela y nosotros decimos: -“¿Dónde hemos visto nosotros esta novela? ¿Dónde la hemos leído? ¡Ah! Es aquella novela inglesa que se lee en un viaje, la novela que todo el mundo leyó antes del último que la está leyendo y que sólo se recuerda en una modesta reunión de provincias cuando la lee uno de la reunión y dice: Estoy leyendo ahora “La casa roja”, y otro le contesta: Me parece leído ese libro. ¿De quién es? –No sé, inglés parece. -¡Ah, sí! Yo lo he leído”.- Y esta novela, que parece siempre de un inglés, es la novela de Mr. Butter. Nosotros la hojeamos y efectivamente, la hemos leído, porque no recordamos sino una lámina que representa un bosque con una casita en el fondo y un anciano de paraguas bajo el brazo que cruza meditabundo el sendero hacia la casita. ¡Oh, la dulcísima novela que no se recuerda nunca, que tiene diez ediciones y que va, prestada de mano en mano, hasta que se regala a una sociedad de recreo que solicita libros por oficio! Mr. Butter no sabe lo que es de su novela en el mundo y sólo la conoce como una obra maestra y la acaricia en su mano, como si no hubiera más que aquel único ejemplar precioso en todo el planeta y no quisiera desprenderse de él. Pero todos tenemos este libro que él enseña como raro y vamos olvidando la novela, con un pacífico cariño de lectores nada cultos.
 Y mientras miramos a Mr. Butter, como explorador, él nos habla de su literatura como si después de anunciarlo no quisiera que nadie hablara de sus exploraciones. Es un inglés seco, de esos que se sostienen gracias a la enorme peana de sus zapatos, un inglés sin gorra pero con el espectro de ella sobre el sombrero flexible, un inglés de ruidos en el pie pero que no parece oírlos, como si el sonido de su trote no se elevara, sino que en el mismo suelo se diluyera por una cloaca ideal. ¿Por qué este hombre es explorador y así lo dice el cónsul y la colonia lo dice y él pretende negarlo disimuladamente? ¿Qué ha hecho este explorador en el África que tiene miedo a decirlo? ¿Es que la verdadera importancia de este explorador está en no ser explorador, siéndolo…?
Fortaleza de Funchal-Madeira(1900-1905) (Autor sin identificar)

 Indudablemente Mr. Butter reconoce el desprecio de su oficio de explorador. No obstante, va a su África y explora en una época en que no hay ya nada que explorar. Comprende Mr. Butter que descubrir un tigre es una cosa corriente en todos los exploradores del mundo, menos en los españoles que sólo descubren genios. Ya ni en Inglaterra, ni en las pequeñas colonias inglesas, se admira a un hombre que caza tigres. Ser cazador de tigres es algo tan vulgarmente inglés como ser tenedor de libros o taquigrafo. ¿Y Mr. Butter con el prestigio de su filología y de sus novelas se mete a explorador de tigres para anular sus dos verdaderas personalidades? Si él les dijera a estos ingleses que viene del África donde ha cazado tigres, los ingleses que se dedican a cazar españoles baratos para sus negocios, sonreirían y hasta le volvería la espalda con un flemático gesto. Mas algo ha dicho él que no es esto, porque la colonia lo considera, el que Mr. Butter se toma es admirado por el grupo de los demás huéspedes del hotel, como si estuviera viendo en Roma al Arco de Tito o el sepulcro de Cecilia Metela, con un baedecker en la mano:
 Mr. Butter dijo:
 “He estado en África explorando, pero no crean ustedes que tigres ni leones. Sería perder el tiempo.”
 Y por esto es por lo que los ingleses de la colonia le dan a esta visita una un tono solemne, de salterio protestante.
 Pero he aquí que de pronto descubrimos que Mr. Butter no es explorador, sino un humorista terrible, y que no viene del África, sino del Funchal. Un humorista que después de tener en perpetua curiosidad a toda la colonia, asegura, seriamente, en un comunicado a la Prensa, que acaba de descubrir en Nigeria, una mina de salacots de celuloide. Los ingleses, ante esta revelación, se han muerto de risa, y míster Coper, un irlandés de la colonia, algo leído, justifica muestro asombro con estas palabras definitivas, que traduzco:
 “No le extrañe a usted míster Quesada. En Inglaterra se admira mucho a un hombre así. Míster Butter es un literato de humor, que ha querido, genialmente, darle una broma al mundo entero. En España no ven la gracia esta, porque la gracia española está en las caderas y los ingleses no tienen cadera. La seriedad con que míster Butter asegura lo de su mina humorismo blanco, que sobrepasa al del frac Ranco de Mark Twain, es de una gran trascendencia actual. Una nota de humor tan profunda, una burla a ese tirano de Lloyd George, en estos días de huelga inglesa y de muerte del alcalde de Cork. Míster Butter quiere decir con esto de su mina que la vida es un camelo, y que míster Conan Doyle está perdiendo el tiempo con su teosofía. En dos palabras: míster Quesada, quiere decir míster Butter delante de todos los hondos problemas sociales, que la vida no es más que un…, un… ¿cómo dicen ustedes los españoles…? Un… ¡Ah, sí! ¡Un hurra la Pepa…!”
 Nosotros no hemos podido cerrar los ojos todavía.



[15-XII-1920]

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