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lunes, 8 de julio de 2013

"Insulario", de Alonso Quesada- Desde Canarias/ EL CHISPA Y SU CUADRILLA


Toros en el Pepe ConÇálves (1935) (Foto de ELECTROMODERNO)



 El bullicioso puerto atlántico que siempre vivió con cierto desdén patriótico, o más que desdén, olvido absoluto, acaba de abrirse, haciendo una pequeña pausa extranjera, a una representación genuina de la madre patria: el «Chispa» y su cuadrilla. Todo ha venido como un presente gubernamental, El remordimiento del abandono antiguo parece aliviado con este recuerdo imperecedero. En esa piel de toro extendida revive, al fin, la muerta memoria de nuestra existencia nacional, y para desvirtuar la última burla de las comunicaciones marítimas se nos envía en uno de esos mismos cascarones de nuez del famoso concurso transmediterráneo, un regalo toreril. El mayor y más valioso presente. Obsequio de la nación a sus pobres hijos abandonados. Un inglés ha dicho que es el “Christmas" de la Patria. Y como el invierno no ha llegado aún por este solar, sino que el sol y el cielo son completamente de circo taurino, el regalo ha podido lucir todos los abalorios de su oportunidad.
 Tenemos unos arenales de África y cierta aspereza cosmopolita, pues el cruce constante de hombres del mundo que van y vienen de América a cambiar su vida y su trabajo, nos había dado alguna importancia universal. El idioma nacional volaba, tímidamente, como un pájaro pequeño, entre las lenguas europeas, y era el inglés sobre todo lo que sonaba más bajo un sol árabe y frente a un mar mitológico. España nos olvidaba en cuanto a cosa puramente nacional. Un inglés mecanógrafo tenía más prestigio que una gran actriz española. Nosotros, por ejemplo, no hemos jamás sentido el deseo ardiente de ver a la señora Guerrero haciendo “Locura de amor”, pero sí notamos, dolorosos, la ausencia de Mr. Head en los días de guerra internacional; y una inglesita leve y tímida, como un aura, con una cesta de fruta en la mano, nos ha sido más grata siempre, que la brisa literaria de un diálogo del señor Linares Rivas. Los letreros de las tiendas en inglés y la ciudad, llena de humo de pipas, contribuían a esta extranjerización de las ánimas. Un barco semanal, con turistas y un baile por ellos, y luego, el carbón, un carbón inglés sembrando en los ojos el hollín de las enormes minas, y el tráfico del cambullón y la fraternidad de los Jones democráticos, habían dejado solamente al corazón una transparente camisilla hispánica. Camisa, calzoncillos y traje eran extranjeros. El traje del más puro corte inglés era lo que se advertía primero.
 Claro está que este barniz o Sapolin civilizador no era muy firme, pues bastaba un pequeño ataque al bolsillo insulario para que éste hiciera saltar la cicatería y la ignorancia legendarias. Esa camisilla del fondo. Pero el aspecto exterior de la ciudad, a pesar de sus curas, tenía el color y el sonido de una colonia, donde vive el salacot su asoleada vida de turista. 



Lata de la marca "Sapoli", mencionado en el texto.


 España estaba más lejos cada día. Ni cómicos ni oradores. La Prensa hispánica llega con retraso de 15 días y ya la actualidad tiene un aburrimiento de "IlustraciónHispano Americana" o una antigüedad honesta de "Blanco y Negro". Las proezas de Lloyd George llegan más pronto que las memeces datistas. Si este pueblo tuviera un alma completa, un alma con impulso y dolor, hubiera sido el primer fielato del bolchevismo ruso. Pero por aquí pasan las ideas como las golondrinas que se retornan al África. La estela de la conquista católica perdura aún, y el recuerdo se mezcla con la desaforada intuición de los aleccionados mercachifles. Y así veníamos viviendo, entre el olvido hispano y la aprovechada colonización inglesa. Y el horizonte siempre abierto ante los ojos inteligentes.
 Pero España se acuerda al fin, con la conciencia remordida. Y en la ciudad que jamás tuvo plaza de toros ni flotó en sus calles nunca un olé con manzanilla, ha sido preciso improvisar un circo para que los títeres del traje de luces hagan a los ásperos e indomables insulares la saltadora gracia de su cobardía.
 Cobardía, sí. El español cree que el torero es valiente. Y el acto del toreo es un acto de engaño y perfidia. Un acto de habilidad luminosa y elocuente, en el que el noble y espléndido bruto es engañado con una ridícula pirueta de andrógino. A veces, el toro consigue vengarse, clavando el contundente cuerno de su seriedad salvaje sobre la nostálgica nalga abrasadora, pero entonces el español se conmueve y le grita: "¡Qué tiene menos fuerza que tú y eso no es ser valiente!” Aquí el cobarde es el toro, claro.
 Por las calles, pues, ha cruzado el «Chispa» y su cuadrilla, entre sirios, ingleses y alemanes. El "Chispa" es tuerto, pero esto debe darle cierta realeza en la brillante patria de su torería. Lo que hay de España aquí se ha estremecido ante el "Chispa" y se ha dispuesto  a embriagarse de nacionalidad. Y mientras el patache noruego de las maderas y el papel llega al puerto soltando su humo con la seriedad de una pipa y la lentitud de una idea escandinava, dando a la bahía un gris lejano y distinguido, el «Chispa» clava sobre un toro académico las vibradoras banderillas de fuego. Y el pueblo de mantilla española y sombrero andaluz grita y da vivas, vivas estrepitosas para que, ya que la nación se consume de catolicismo y de chiste, no le pase lo mismo a la bendita «afición».
 El espectáculo ha sido inusitado. La isla, que jamás vio más toros que los bueyes de su consumo y los alcaldes de R. O., se ha descolgado entera en la plaza improvisada. Y como con un discurso del señor Lerroux, se ha entusiasmado hasta el paroxismo. De la plaza improvisada ha salido el pueblo decidido a construir una plaza efectiva y monumental. Y si algo extranjero se venía inculcando en las ánimas insulares, el «Chispa» y su cuadrilla, de la misión española, lo arrancó con la gracia y la alegría de una de sus estocadas. La estocada española, se clavó con la seguridad y el éxito de un chiste madrileño. La corrida, pues, ha sido como un discurso del teatro de la Zarzuela. ¡El pueblo que se ponía zapatos ingleses y fumaba «The Castres», no sabía que era tan profundamente español!
 Jamás una misión española ha logrado el triunfo que el «Chispa» tuvo aquí. El Gobierno español, con esa inconsciencia que lo caracteriza siempre, acertó por primera vez en sus embajadas. El “Chispa" ha revelado unas extraordinarias y aprovechables condiciones hispanoamericanas.
 Si aquí el gusto inglés y el aire extranjero nos apartaban un poco de los gustos y las atrasadas ideas nacionales, y hasta alguna vez pudo haber el temor de una colonización más efectiva, el “Chispa" ha borrado de golpe toda la malsana influencia. Con la secreta y diplomática gracia de sus estocadas, ha logrado estrechar para siempre nuestros lazos con la madre patria.
 Ni don Gabriel R. España.



[l-I-1921]


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