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domingo, 14 de agosto de 2011

"Insulario", de Alonso Quesada/ Después de la guerra- EL ÚLTIMO VERDADERO ALEMÁN

La cruz y el águila alemanas, con una referencia a Las Palmas- Foto de  Kurt Herrmann (1916)

 De todos los alemanes internados en la isla durante la guerra no queda ya sino uno: don Ulrico. Don Ulrico no se quiere marchar porque no sabe de su mujer alemana ni de sus hijos alemanes. El está contento con no saber y acostumbrado ya a no saber tiene miedo a enterarse repentinamente de lo que haya ocurrido.
 Don Ulrico está muy cómodamente instalado en la isla porque se ha vuelto a casar y su esposa española no le ha exigido certificación de soltería ni bendición eclesiástica siquiera. Don Ulrico, pues, se ha hecho español, pero español germanófilo, que es ser más que alemán mismo. De manera que don Ulrico ha salido ganando en patriotismo y en bienestar económico con el cambio. La esposa de don Ulrico es llamada en la ciudad la señora "Chirringa" y posee un acreditado establecimiento de alcoholes.
 Don Ulrico era capitán de barco. Pero él estaba un poco cansado de ser capitán. Cinco año de capitán honorario y contemplativo le han hecho reflexionar sobre la inutilidad de todas estas capitanías. Y aunque estuvo cuatro años, once meses y 29 días conforme en apariencia, es de suponer que dentro de su meollo germinaba la idea emancipadora. De pronto don Ulrico debió de decirse: -¿Dónde mejor puedo estar que en esta isla neutral? Yo no sé de mi esposa alemana, ni de mis hijos alemanes. Me he acostumbrado ya a estar sin ellos. ¿Quién puede ahora acostumbrarse a estar de nuevo?
 Y don Ulrico, al encontrarse a esta señora Chirringa, que tenía su tienda de bebidas, se ofrece a su moderno destino enteramente, con un nuevo proyecto de disciplina y de porvenir. El puede llegar a amar a la señora Chirringa. Ya empieza a amarla, todos los días va poniendo más grados a su amor. Es posible que antes del año ya don Ulrico la ame totalmente.
 Don Ulrico es un alemán lleno de méritos.
 Además de capitán es mecánico y trovador. Cuenta cuentos graciosos y hace perfectos y limpios juegos de manos. La señora Chirringa le amó por uno de estos juegos. Don Ulrico conquistó a su actual señora por un cuento, por este cuento:
 Don Ulrico dijo: "¡Oh, señora 'Chirringa' escuche usted un cuento muy gracioso: En un árbol muy grande de un bosque alemán hay posados tres pajaritos. Llega un cazador alemán y los ve y apunta al primer pajarito. El primer pajarito ve al cazador y dice en alemán: Pío... pío... pío... Y se va. El segundo pajarito exclama entonces:¿El primer pajarito dijo: Pío... Pío... pío... y se fue...? Yo me voy también. Y se va. El tercer pajarito observa los vuelos del primero y segundo pajarito y canta, en alemán siempre: ¿El segundo pajarito vio que el primer pajarito se fue diciendo pío... pío... pío... y él dijo también pío... pío... pío... y se fue?, ¡pues yo me voy también! Y se va, después de decir pío... pío... pío..."
 Y aquí don Ulrico hace una pausa y sonríe añadiendo: "Y el árbol se queda sólo. ¡Ja!... ¡Ja!... ¡Ja!... Y hace una risa lenta, parsimoniosa, alemana". Luego de otra pausa termina: "Si el público a quien usted le cuente el cuento se ríe mucho, puede usted seguir hasta 32 pajaritos..."
 Este cuento de don Ulrico viene de las lejanas fronteras, pero don Ulrico lo ha hecho popular en la isla. El sabe otro cuento filosófico y en vista del éxito de su primer cuento, don Ulrico cuenta el segundo: "En un camino de Alemania se encuentran dos hombres, uno que va y otro que viene. El que va lleva, como es de costumbre en Alemania, una dirección opuesta al que viene y éste al que va. Pero al llegar a un punto determinado se acuerdan de que han equivocado el camino y dando la vuelta, como es de costumbre en Alemania, el que venía va ahora y el que iba viene entonces. Cuando llegan a sus puntos respectivos se quedan meditabundos, pues se encuentran a otros dos hombres, uno que va a salir y otro que llega. Y después de honda reflexión, según se estila en Alemania, dirígense a estos dos últimos hombres y les dicen misteriosamente: "Escuchadnos. Cuando se marcha por un camino hay que pensar mucho cómo se marcha. Usted, que llega, no llega, sino que va y usted que se va, no se va, sino que llega." Don Ulrico termina: ¡Ja! ¡ja! ¡ja! Vuelve a sonreír y continúa: "Si hace mucha gracia el cuento y el público se ríe, como se ríe en Alemania, puede usted poner cuatro hombres que van y cuatro que llegan." La señora de don Ulrico es feliz con don Ulrico y sus cuentos.

SAN TELMO Y CAPITANÍA (1895-1900)

 Porque, además, don Ulrico no ha sentido mucho la guerra. al principio sí la sintió. Después de la batalla del Marne, don Ulrico empezó a desconfiar y ya no le interesan más que sus cuentos y sus poesías. Y a la puerta del bar suele recitarnos unos poemas tiernos, dulces, en medio de una baraúnda de léxico que aterra. Don Ulrico da unos gruñidos sordos, extraños, como un arrasador de cadenas subterráneos y después no traduce aquello, que en romance español resulta de una ternura extraordinaria. Todo es de pajaritos, de lagos, de princesas y de nidos. Aquel rebullir de fieras que sale por la boca de don Ulrico, viene a ser más dulce que un canto de jilguero. Y aún nos asegura, mientras nosotros sonreímos, que en Alemán son muchos más delicados aquellos poemas que nos traduce...
 Pasó la guerra, se fueron los barcos, los alemanes antiguos de la colonia han vuelto a ver sus tiendas llenas, y don Ulrico se afinca en la isla y acabará por quedarse con ella.
 La otra tarde le hemos visto. Estrenaba un sombrero de paja. Era un sombrero extraplano como un reloj de bolsillo; un sombrero terrible, que se fue aguantó la guerra en la oculta estantería de un bazar alemán... ¿Dónde pudo encontrarlo...?
 En una tienda escondida de la ciudad estaba este sombrero más escondido todavía. Don Ulrico, sin duda empujado por ese fatal destino que lleva a los alemanes a todos los bazares, fue a dar con este sombrero que ni el propio dueño del bazar conocía. Todas las tiendas están llenas de sombreros nuevos. En la tienda donde don Ulrico compró el suyo no había otro. Y don Ulrico cuando pensó comprarlo no fue a otra tienda, a una sombrerería.  Sintiéndose empujado a este bazar, que jamás vendió sombreros. Y al llegar a la tienda, desde el fondo del oculto armario, el sombrero, al ver a don Ulrico, sonrió a su cabeza.
 -¡Es esta mi cabeza!- pensó el sombrerero.- ¡Al fin y al tiempo llegas! El sombrero venía a ser como la princesa que estaba triste de esperar.
 -Don Ulrico-le decimos.- Ese sombrero es espantoso.- ¡Oh, no señor Quesada! -nos responde.- Es un sombrero alemán. Ya no queda en el mundo más que este sombrero alemán. Los otros sombreros son italianos, españoles degenerados... Este no. Este se salvó de la guerra y lo llevo yo sobre la cabeza orgullosamente.
 Y don Ulrico se sujeta bien el sombrero, mientras debajo del sombrero laboran nuevos pensamientos de don Ulrico.
 Para siempre se queda don Ulrico con nosotros. La señora Chirringa es su finca, y él, por otro lado, dará lecciones de alemán. Mañana daremos nosotros clase con don Ulrico y don Ulrico empezará diciéndonos:
 -La gramática de los españoles, señor Quesada, es muy poco interesante, explica poco. Ustedes dicen: "Yo voy a ir", pero nosotros decimos más rotundamente:
 "Estoy muy convencido que pienso que voy a tener que ir"...

Gran Canaria[22-X-1919]

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