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sábado, 27 de noviembre de 2010

"Insulario", de Alonso Quesada/ En el solar atlántico- Los alemanes ya no son alemanes.



 Los alemanes se humanizan. Todas las tabernas que compraron durante la guerra, tienen un aspecto más limpio, menos alemán. Las borracheras imperiales de los cuatro años adquieren un cariz revolucionario, quizás un poco más alarmante para los ciudadanos de la ínsula. Las caras tudescas sonríen tristes, como caras de baladas. Extienden las manos para estrechar las nuestras, como si pidieran la limosna de una amistad.
 Ellos no eran imperialistas. Ellos fueron espartacus siempre. Y la primera señal ha sido dejarse crecer los bigotes. Los marineros internados, tienen barbas ahora. Una barbas largas, de nibelungos. Caras trágicas, de hombres que se hacen solidarios con el movimiento de revolución lejano. Ninguno estaba conforme con el atropello. Alemania, en el fondo, era liberal y civilizada. ¡Pero esa maldita disciplina!...

Fotograma de "Los Nibelungos" (1929) del director Fritz Lang

 Todos se han quedado sin amigos, sin familia... ¿Qué será de la gordita Dorotea? Las cartas no llegan y la repatriación es un problema misterioso. Por eso los alemanes beben y se han olvidado del patriotismo. Un alemán que ya no es patriota inspira una vaga estimación, un pequeño olvido de los días pasados. Ya no son alemanes. Sin hogar y sin patria, son como rubios y colorados judíos errantes. Ya no beben cerveza. Ahora es vino lo que beben, vino peleón con agua de seltz. La guerra alejó la cerveza de estas costas. Y ese vino peleón, rojo como la sangre derramada por ellos, acabó al fin con el ardor patriótico y la adhesión imperial.

Lujosa botella de "Agua de Seltz"

 Honestamente acuden hoy a los cinematógrafos con sus novias. Las obreras insulares tienen, cada una, su novio alemán. Y ellos, que renuncian a la patria y a su hogar que no quieren saber sin han perdido, formarán otro más humilde y menos patriótico. Estas caras rubias y estas carnes de melocotón, al unirse con el bronce o el cobre africano, nos darán unos nuevo hermanos antimilitaristas y pintorescos.
 Cruzan la ciudad metido en unas americanas de once varas como las camisas donde se metieron antes. Allí dentro se pierde y se enmaraña el pasado guerrero. ¿Qué miran? ¿Qué buscan ahora? ¿Qué sueñan? Sobre las montañas de la isla los vemos algunas veces, tristes exploradores de la nada. Uno mató un día a un boticario de una pedrada más arriba del ojo. Otros abrieron las tiendas de los barrios con ganzúas, otros robaron las gallinas de los corrales... Pero ahora se esconden en sus tabernas, silenciosos y arrepentidos. Ahora son espartacus; aunque más espartacus parecían antes.
 Pero no saben nada, no recuerdan nada. Y como aquella patria donde nacieron parece no existir ya, caminan por los pueblos de la isla, ansiosos, como buscando entre las piedras de la montaña otra patria más chica y menos cruel. Y el recuerdo bélico de los días pasados no es ya ni recuerdo. Las gallinas aliadas acabaron con él; el espectro del boticario se cierne sobre sus cabezas y las ganzúas fracasaron como la "grosse berthe" y el 42 gigante.

Tipo de proyectil usado por la "Grosse Berthe"

 ¿Estaría mal que nos diera pena verlos? ¿Hay alguna Lista Negra para la compasión? Dos alemanes se han suicidado estos días, arrojándose al mar desde sus barcos. Más sentimentales o más fuertes, prefirieron la verdad infinita a esta pequeña verdad de su derrota. Los ingleses de la colonia, fríos y un poco imperiales también-con ese imperialismo egoísta y cómodo de la hora del té,- los ven cruzar a su lado riéndoles la amargura. Porque van amargos, con un dolor desconocido y nuevo, un dolor que es como los pobres trajes rasgados y viejos como sus sombreros antiguos y abollados. Un dolor ridículo y amargo. Ninguno tiene piedad de estos tudescos, que quieren ser ahora espartacus, para echar una losa negra sobre el ayer.
 Pero nosotros, que todavía parece que somos neutrales, hemos de sembrar piedad. Hoy, después de cuatro años de expectación, sin haber sabido utilizar decentemente la neutralidad, compadezcámoslos aunque no sea sino con el pedazo más pequeño de nuestro corazón. En ninguna cosa mejor habríamos de emplear nuestras actitudes neutrales. La neutralidad nos servirá, al fin, para algo. Para apiadarnos de ellos, impunemente...

10-2-19 [3-3-1919]

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