Palacio del gobernador (1905-1915) (Autor desconocido)
Hoy han visto nuestros ojos, presidiendo un
duelo ilustre, en Barcelona, a don Manuel. Ha sido en un grabado de un periódico
de Madrid. Hemos recordado que don Manuel está hecho para todos los grabados y
en el grabado en que él aparezca, ningún otro humano se puede ver sino él, que
lo ocupa todo, con su espléndida figura conservadora y su voz, esa voz enorme,
que le ha hecho gobernador muchas veces y que se le supone siempre resonando
bajo la chistera con un viva amplio y patriótico. Don Manuel es hijo adoptivo
de Gran Canaria y un gran hombre, por otro lado. He aquí un pequeño retrato de
su personalidad. Don Manuel recibe a un amigo político, que se embarca de incógnito
para Madrid, y don Manuel le dice: "¡Ah, mi querido amigo, mi querido
amigo! Ya sabía que usted se embarcaba. Ya, ya he telegrafiado al Gobierno." Pero el amigo da un salto y exclama furioso: "¡Me ha matado usted, voy de
incógnito!» Y don Manuel, sin inmutarse, continúa: "¡Pues no he telegrafiado,
no he telegrafiado!”
Nosotros le queremos mucho a don Manuel. Gobernó
las cosas civiles de Gran Canaria muchos años y nos dejó la estela brillante de
su chistera, el eco de su voz y un recuerdo sonriente de su virtud abacial. Le
recordamos como se recuerda, o, mejor, se presiente, un estado divino, de
reposo; algo así como un nirvana arrullador y cálido. Le vemos en los grabados
y notamos que se sale de ellos, cuando las revistas están en las barberías; y
oímos cómo sus palabras resuenan avivadas por el recuerdo en continuo arrullo de
lisonja. ¡El mejor hombre del mundo...!
Le hemos estado viendo muchos meses en
grabados. Una vez aparecía pensativo y el revistero fotográfico lo sospechó con
el pensamiento puesto en el problema social. ¡El más grande problema del mundo!
Don Manuel, según el fotógrafo, miraba atentamente el porvenir. Otra vez
recibía una placa y una nueva adopción; una tercera vez presidía otro duelo.
Nació para que lo adoptaran para presidir entierros. Aquí los presidió todos,
ya fueran de príncipe altivo o de pescador de ruin barca. Fue como una inevitable
manga-cruz de retaguardia. Las modestas clases de la Iocalidad llegaron a
desear su presidencia funeral como la bendición apostólica. Pudo ponerse un día
al pie de las esquelas: "Se suplica la asistencia de don Manuel."
Don Manuel es por sí propio el grabado
constante. Es el grabado de todos los hombres ilustres. Podría ponerse el
grabado de don Manuel con otros nombres al pie. Es el grabado del novelista eminente,
de todos los Gutiérrez Gameros solemnes; es el grabado del presidente de los
ferrocarriles, el del filántropo que donó un grupo escolar en un pueblo
desconocido, el presidente del tribunal de una causa célebre en Granada o en
Córdoba, ese presidente que aparece retratado con un código y con un birrete y
el brazo apoyado en el código. Don Manuel tiene siempre su brazo apoyado también
en un código hipotético. El gran amigo, secretario, es el grabado de ese hombre
simpático que surge de pronto en una plana de la revista, por haber inaugurado
un círculo de .distracción en alguna ciudad lineal modesta; es el grabado de
cada uno de los distintos miembros de las Academias de Ciencias Morales yPolíticas, es el fotograbado del autor de los libros caros que estudian los alumnos
de Leyes, señor misterioso, que todos desconocemos hasta que aparece en el
grabado por mor de una cruz concedida. A fuer de estar hecho exclusivamente
para el grabado, tiene la suavidad del papel satinado, el claroscuro del grabado
y la propia eternidad del grabado, que se pone, se archiva y se vuelve a sacar incólume,
como los grabados de Gómez Carrillo y de Eduardo Zamacois. Y por su misma virtud
de grabado deja grabado su recuerdo en los caminos que cruza. El mismo lleva
también grabado en el corazón los afectos que sospecha, donde reinó, como un
cielo dulcemente azul, su autoridad gubernativa.
Visto de lejos, es más grande aún. Es como la
sombra de una montaña que se agiganta en el rosa del poniente marino. Él podría
decir en un momento de orgullo único que es lo más grande del mundo. Y ahí está
grabado para siempre en las revistas, que serán, asimismo, las mejores revistas
del mundo.
Le evocamos ahora, frente al grabado. Su
palabra se extiende sobre la ciudad. Él se acordará de mí y dirá de seguro: "Es
el mejor chico del mundo". Una vez fui el mejor poeta del mundo. Y todos los poetas
atlánticos fueron sucesivamente los mejores del mundo. Y como un inglés colonial
fue después el mejor inglés del mundo, tuvo que colocar al cónsul británico,
que también era el mejor, como el mejor del otro mundo. Acabado una vez el elogio
de los mejores en el mundo, la ciudad se llegó a poblar de fantasmas
excelentes...
Don Manuel atraviesa por los caminos de mi
memoria, sonando estrepitosamente como un órgano. Es el órgano mayor del mundo
y su propia condición católica lo hacer ser órgano de catedral magnífica. Es un
¡oooh...! prolongado de muchedumbre unánime adicta. Es el "queridísimo" de sus
coloquios, el "queriiidííísiiimo" amigo. Un "queriiidííísiiimo" puesto en pie,
con levita alargada, estirada, por las relamidas ies centrales, que parecen hacer
cortesía, dar golpecitos de amor suaves en la espalda y figurar de puntos
suspensivos subtitulados, honorarios, de un margen que se introduce sin deber
en el teatro, para que puedan seguir tupiendo todas las cosas de los márgenes
sin recurrir al margen, que es el olvido imperdonable y frío de las cosas, un
como desdén cumplido de etiqueta. Don Manuel no deja nada en los márgenes, cuando
necesita el margen abre en canal las palabras, separa las ondas létricas y por
ellas pasan las marginales cosas con una fe y una tranquilidad israelita.
Lejos, nos proyecta su sombra de hijo adoptivo
de todas las ciudades que adoptan hijos. Le vemos ampliado, como si su voz
fuera el viento sobre todo el planeta a la vez, y los grabados de él que
llegan, los grabados en que aparece detrás de su mesa entre dos hombres o a la
cabeza de un entierro meditabundo o beato, vuelcan su voz queridísima con solo mirarle
un instante. El grabado es un disco, la mirada una aguja que araña la esfera
sonora.
Mis ojos se detienen en el grabado y sienten
una regocijada emoción al verlo. Guardo un rosario bendito que me regaló un día,
como uno de los objetos humorísticos más célebres del mundo y no puedo reprimir
el deseo cosquilleante de pasear mi corazón sobre su recuerdo.
Yo no sé cuál es hoy su historia lírica. No sé
si continúa sembrando los ditirambos de su protocolo sentimental, no sé si lo
mejor del mundo se hizo viajante de géneros de punto o ya hay dos mejores del
mundo a la vez, para bien de un tercero, que lo será en seguida. Pero mi
memoria se estremece al pensar en la actual tragedia de estas mejorías del inolvidable
amigo, el magnífico equilibrista, el mejor equilibrista del mundo. Pienso que ahora,
en este instante en que le recuerdo, por primera vez en su vida, el espíritu
cordial de su levita se habrá quedado perplejo sin saber cuáles son,
ciertamente, las verdaderas mejores cosas del mundo...
[5-IV-19211]
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