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jueves, 11 de agosto de 2011

"Insulario", de Alonso Quesada/En el solar atlántico- EL SEÑOR MEYERHOF

Tienda de óptica y relojería (Miguel Brito Rodríguez/1890-1895)

 El señor Meyerhof, tímidamente, ha colocado es su antigua tienda un pequeño letrero que dice: "Meyerhorf y Compañía. Hamburgo". Luego se pasea en su escritorio con una recóndita emoción. ¿Qué sorpresa es esta?- decimos nosotros- ¿Qué nos va a traer el señor Meyerhof? El señor Meyerhof nos traerá unos cacharritos y unos económicos cuchillos. Acaso estos cacharros y estos cuchillos sean de antes de la guerra y el señor Meyerhof nos lo hará ver como de ahora. Los utensilios del señor Meyerhof están como acobardados. Suenan menos que antes. El señor Meyerhof tendrá que empezar de nuevo su industria y si hasta hace un año era fiero rinoceronte, ahora tendrá que ser un gracioso tití que toca el pandero con una sartén germana, ante la Paz que llega, embalada también, como una mercancía.
 Dentro de unos meses el señor Meyerhof lo habrá olvidado todo. Él y sus amigos los relojeros habrán recuperado un gran trozo de terreno de amistad colonial. ¿Quedarán muchos días para que el señor Meyerhof hable de nuevo? ¿Cuánto tiempo hace falta para que sus amigos los relojeros nos compongan este reloj parado desde 1914? Y este fotógrafo alemán que no hacía sino retratos de militares y de curas, ¿cuándo retratará a un tenedor de libros británico?
 La Paz se extiende por el orbe, mi querido Meyerhof. Ved como el ultramarino insular se sienta regocijado sobre sus sacos de judías aguardando a que la Paz venga del todo y se las lleve. Otra cosa más pura no podréis esperar de esta paz mercantil. Pero vuestro letrero, asomado a la calle tan modestamente, será lo sentimental del arreglo en esta escondida ciudad atlántica.
 El señor Meyerhof está metido en una Lista Negra. La cabeza del señor Meyerhof asoma desde esta lista como la de un hombre en un agujero, en un pozo. Es posible que el señor Meyerhof tenga que cambiar su apellido para vender sus sartenes. El señor Meyerhof, en estos amargos instantes de derrota habrá maldecido de su nombre. El hubiera querido llamarse el señor Pérez o el señor López. Un señor López puede desaparecer de la lista si que nadie se percate de ello, pero un señor Meyerhof fuera de la Lista será sorprendido y enlistado otra vez.
 El señor Meyerhof, sin guerra, era una buena persona. Vendía sus cuchillos y alargaba el plazo de sus letras hasta un año. Unos cuchillos del señor Meyerhof, costando solamente la gruesa treinta marcos, podían pagarse en doce meses. Cuando no se habían pagado aún los cuchillos, ya los cuchillos estaban en su senectud. El señor Meyerhof, entonces, nos daba otros cuchillos y sumaba el resto de nuestra antigua deuda a la deuda nueva. Y así todos debíamos siempre una parte de nuestros cuchillos. La memoria del señor Meyerhof nos acompañaba a la mesa. Y cuando en vez de ser cuchillos eran cucharas, el señor Meyerhof aparecía hasta en la sopa.

INTERIOR DE TIENDA DE ULTRAMARINOS, "ACEITE Y VINAGRE"(1925-1930)

 El señor Meyerhof nos iba introduciendo sus cuchillos a manera de idea. Siempre estaba uno sometido  al señor Meyerhof que nos ponía un cuchillo delante. Al empezar la guerra nosotros le debíamos algunos cuchillos al señor Meyerhof, pero como la Lista Negra nos sirvió de cota de malla, nada nos pudieron hacer los cuchillos del señor Meyerhof, tornados beligerantes. Los cuchillos del señor Meyerhof, tornados beligerantes. Los cuchillos adquirieron entonces el férreo prestigio de la señora Berta.
 Un día el señor Meyerhoff tuvo que ocultar sus cuchillos y la muestra de su tienda. Algunas noches al pasar por su casa oíamos como el señor Meyerhof conservaba sus cuchillos afilándolos. Nos parecía que alguien se batía en secreto con el señor Meyerhof. Pero pasados los días violentos, el señor Meyerhof quiere realizar sus cuchillos, diciéndonos que son nuevos. Y al colocar otra vez su letrero sonríe suplicante. El señor Meyerhof pensaba en la guerra, que sin sus cuchillos no podía cortarse lomo; sospechaba que todos comíamos con nuestros dedos. Hoy se ha convencido de que había otros cuchillos y que sus cuchillos necesitan someterse a las graves condiciones de un armisticio mercantil. El entregará, al fin, sus cuchillos como si fueran una escuadra imperial. Pedirá por ellos un poco de comida nada más, dada la íntima relación que hay entre la comida y los cuchillos.
 Al sacar de nuevo su muestra, parece decirnos: "Yo, estoy dispuesto a vender mis cuchillos como queráis. Yo reconozco que estos cuchillos eran un poco pedantes, pero ahora son espartaquistas. Crean ustedes que los pobres no han hecho nada malo durante la guerra; han sido internados por mí mismo en el fondo de mis baúles como vosotros internasteis a nuestros marineros. Mis cuchillos se han portado bien. Hoy, limpios de herrumbre y tan afilados como antaño, quieren cortar con nuestra venia el bacalao en vuestras casas".
 El señor Meyerhof nos saluda desde su tienda. "¿Cómo señor Meyerhof- le decimos- ha vuelto usted a restablecerse?" "Sí, mi querido amigo -nos responde- cuando le hagan a usted falta unos cuchillitos, no se olvide de mí. Además de cuchillos tengo unas sartenes excelentes que llaman la atención. Venga usted para que las vea".
 Y el señor Meyerhof nos lleva al interior de su tienda e ilusionado nos enseña una espléndida sartén, cogiéndola por el mango.

Gran Canaria, 1919[1-IX-1919] 

2 comentarios:

lilith{T} dijo...

Saludos, señor. Como siempre sus entradas muy interesantes. Y no ha escrito más sobre James Bond?

lilith {T}

Preste Juan dijo...

Querida lilith{T}:

Gracias por tus palabras. Y 007 volverá .Sobre todo para ti.

Un abrazo.

P.J.