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domingo, 28 de agosto de 2011

"Insulario", de Alonso Quesada/Desde Canarias-LA DAMA DEL MAR


 La playa, esta tarde de noviembre, por primera vez después de la guerra, está sola. En los pasados días de la guerra, cuando ya el invierno se acercaba y la gente vestida de blanco se partía a la ciudad, la playa quedaba sembrada de alemanes tristes. Hoy, sin alemanes y sin gente vestida de blanco, la playa espera más tranquila el mar de la noche que la cumbre de luna y de llamas de plata. Nadie queda. Miramos a un lado, al otro lado: la llanura infinita del mar. Y el espíritu se inquieta y vuelve a mirar de nuevo. ¿Qué hay de extraño esta tarde en el mar y en la playa? ¿Es posible que esto sea el sentimiento de una pequeña nostalgia de nuestros traidores amigos los alemanes? ¿Por qué esta soledad de la playa atlántica tiene una nueva, una desconocida melancolía hoy?
 Y a esta hora, cuando el silencio es sólo espíritu y el recuerdo de todos los momentos del día se esparce como un débil rumor de corazón, aparece en la playa la sombra gris y oro de una mujer hermosa.
 Sale del hotel; camina lentamente hacia la orilla. Ante unas peñas de la orilla se detiene,cruzando los brazos y lanzando sobre el espacio del mar una larga mirada azul. Los cabellos dorados, se destacan resplandeciendo más, por la luz del ocaso que se quiebra en ellos y que envuelve a la figura, alta, delgada y sutil. Una aparición. Parece que surge de la orilla. Es una sombra que suspira en la playa. Es la "dama del mar" de los lejanos fiords escandinavos.
 Ahora han establecido una casa noruega en el puerto. Los noruegos traen sus maderas y sus barcos desmantelados y fríos. Estos barcos que parecen congelados, como torcidos de frío y de niebla, húmedos y herrumbrosos. Barcos que pasan desapercibidos como pordioseros entre estos otros barcos ingleses e italianos, brillantes, limpios, confortables. Los barcos noruegos de los acordeones a medianoche, donde se ven brillar unos ojos azules en la sombra de los mástiles, unos ojos que brillan como los de los gatos, y se oye una voz remota, más remota cada vez que se acerca.
 La casa noruega ha traído sus maderas y sus balones de papel y un jefe noruego, un extraño noruego de Ibsen que siempre aparece ante nosotros cuando vamos a su oficina como en un primer acto de Ibsen para que pensemos a pesar de su vulgaridad: "Este debe ser el protagonista, el símbolo de este nombre que tiene una K y una D sin sentido..."
 Este noruego del papel y las maderas que nadie puede descifrar todavía, nos hace pensar. ¿Es un raro constructor...? ¿Ha llamado la juventud a las puertas de este hombre..? ¿Puede ser algo más que un simple Jefe...? ¿Habrá un drama en este Jefe, en este constructor...? Y esta ligera pregunta latina nos hace temblar... ¿Qué nos trae este noruego ibseniano del papel y las maderas...?
 Este noruego nos trae una mujer. Una muñeca exótica y admirable, con los cabellos de lino, los ojos grises y las manos largas. La dama del mar que está tarde en playa. Una mujer que espera y que suspira ante un mar nuevo y desconocido si fiords y sin auroras boreales... ¿Y esta mujer es otro drama...?

Henrik Ibsen, autor citado en el artículo

 Camina lentamente, se acerca a la orilla y en la concha de sus manos trae el agua del mar y moja sus labios. Torna a caminar. El horizonte se obscurece. Un reflejo débil de luna que viene del otro lado del mar la hace volver la cabeza para buscar un nuevo camino de luz. Las montañas negras, recortadas en el cielo, atraen los ojos y los ojos de la mujer se van a la montaña. Y entonces sólo cruza por el silencio de la tarde la mirada azul que va y viene del horizonte a la montaña, de la montaña al mar y del mar a cielo...
 Lentamente también, el noruego sale del hotel y viene a la playa.
 La mujer no le siente llegar. Cerca, los brazos del hombre la sujetan. Ella se vuelve y en un enérgico gesto de desdén se aparta. El noruego, con los brazo extendidos, sorprendido y angustiado contempla la leve figura femenina que se aleja y se tiende, lejos, sobre la arena húmeda...
 La noche surge del mar. La luna empieza a subir su camino creciente. La larga silueta de la mujer, ondulada y sugestiva, se cubre de luna y el noruego la mira silencioso, sin atreverse a volver, como ante el mayor de los prodigios...
 Un minuto de pausa. El noruego la quiere llamar. ¿Es el drama que termina...? La voz del hombre dice un nombre que no oímos, que no podremos oír nunca aquí... ¿Cristina? ¿Hedda? ¿Ella? ¿Nora?...
 La mujer no responde. Suspira hacia el mar...
 Es una sirena.

[2-XII-1919]

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