El tranvía a su paso por el bazar alemán (Kurt Herrmann-1914)
El barco sale del rincón de la bahía y se queda fuera del puerto. En la popa una bandera blanca partida por una raya azul ondea graciosa. El capitán alemán, sentado en unas piedras de la orilla lo ve andar después de cinco años de sueño. El barco está como nuevo de limpio y pintado. El capitán se queda sin él y sobre el horizonte, hunde su mirada que es como una goleta que se aleja hacia otras playas remotas.
Este capitán es un hombre triste todo él. El hongo es triste, la cadena del reloj es triste y los redondos puños de la camisa tiene el hastío y la tristeza de esos puños de los empleados españoles que cuentan todavía sus sueldos por reales. El capitán germano es una alemán de bazar, uno de estos alemanes vestidos de bazar, con esas ropas aburridas de los bazares. La tristeza de sus ojos es también como otra prenda de bazar; la melancolía misma de la figura es vulgar y barata. El capitán contempla el horizonte y es tan económica y tan de pacotilla su emoción que no pueden verla los que cruzan a su lado. ¿Qué piensa el capitán?-se dicen-. El capitán seguramente esté borracho.
Es el barco el primero que ha salido de la dulce prisión de la bahía. Antes de salir soltó a sus alemanes que se han esparcido como hormigas por las carreteras y los caminos del campo. ¿Dónde cabían tantos alemanes? El barco no era grande, la tripulación reducida... ¿Estos alemanes han nacido dentro de aquel barco, durante la guerra...? Parece como si los hubieran hecho los otros por entretenimiento mientras la guerra los menguaba en Europa.
Un alemán puede nacer ya con 25 años, un alemán hace como un monumento. Estos que aparecen nuevos ahora, éstos que nadie vio nunca. han sido sin duda elaborados por los tripulantes para matar el hastío de su quietud.
Los alemanes han salido completos pues nada alemán les falta, ni el detalle de la voz, y los otros alemanes, los que estaban ya hechos en Alemania, los ven salir satisfechos de su obra. Y es que a un alemán no le hace falta nada para hacer otro alemán, ni siquiera un pequeño y rudimentario ovario. Estos los han hecho a fuerza de tiempo y de convicción. Han pensado sencillamente que podían hacerse y han puesto manos a la obra y han salido tan iguales como los nacidos de madre. No son hijos de nadie en particular, son hijos de Alemania, que como Castilla hace los hombres y después los gasta. Estos alemanes no se gastan nunca, claro, porque gracias a Goethe, se renuevan y de la misma materia vieja vuelven a surgir andando.
Ciudadano de Las Palmas, cubriendo su cabeza con el sombrero bombín (u hongo), citado en el artículo (1905-1908)
Ciudadano de Las Palmas, cubriendo su cabeza con el sombrero bombín (u hongo), citado en el artículo (1905-1908)
El capitán desde la playa, sobre las rocas, está pensando hacer otro alemán para que lo acompañe en su melancolía. Siente que los hechos a bordo se internan en la isla hasta que las cuerdas se les acabe y que no los va a recuperar porque se quedarán con ellos los curas rurales. Y clavando sobre la roca la firme mirada va surgiendo de la roca misma otro alemán pétreo. ¡Hágase un alemán, y el alemán es hecho! El capitán saluda a su recién hecho compatriota, que representa tener cincuenta años, y juntos, como buenos hermanos, se distribuyen el dolor del barco que han perdido.
Y mañana, cuando ya no haya barcos alemanes en el puerto, ¿qué va a hacer este capitán? El capitán se olvidó y de cómo eran los caminos del mar. Si él ahora tuviera que gobernar un barco encallaría en las costas más lejanas. Alemania ya no tiene caminos suyos propios para otras tierras, y este capitán no puede saber de quiénes son estos caminos, ni si conducen a los mismos lugares. El camino alemán era recto. El alemán, al salir de Alemania, se ataba una cuerda a su pie y andaba, andaba sin perderse, porque estabas siempre en Alemania... Y ahora ¿qué alemán se atreve a mentar la cuerda en su casa?
El capitán busca en el horizonte las puertas de su camino. No se ve nada. Atardece. Y en el mar terso, es el metafórico cristal de siempre. El alemán ve poner el sol y llora, bien que no es más que una sola lágrima, una lágrima recta, disciplinada y firme. Acabado el llanto, el capitán se levanta de su roca y emprende el camino del puerto. Saluda a su barco, hasta donde llega la bandera aliada; al borde de esta bandera se detiene el saludo, y el capitán torna los ojos hacia sus puños redondos. El hongo parece como se ensancha sobre la testa, y la cadena del reloj suena como una formidable ancla de hierro.
El capitán, en el camino, tropieza con un inglés. El inglés se sonríe como un chico vengativo y rencoroso. El alemán no se enfada hasta dos horas después. Necesita terminar con la melancolía que le produce la pérdida de su barco; aún le quedan bastantes gramos de melancolía. Pero cuando llega a la ciudad, se detiene en la mitad de la calle y cierra los puños furioso, y rojo de rabia, amenaza con ellos algo invisible. La gente piensa al verle que está en el período álgido de su cerveza, pero nosotros sabemos que aquella terrible amenaza va dirigida al inglés que le había sonreído burlón en el camino porque le quitaron su barco...
Gran Canaria[8-VIII-1919]
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