Nota del Preste Juan: Ante la posibilidad, citada en el texto siguiente de la existencia de una obra de Cellini en la Catedral de Las Palmas, acudí a la misma para confirmar su existencia. La realidad es que la obra pertenece al taller de "Los Becerriles". Adjunto a continuación algunas enlaces que hacen referencia a tales artistas, antes de la crónica de Alonso Quesada.
Enlaces:
http://cvc.cervantes.es/artes/ciudades_patrimonio/cuenca/personalidades/becerril.htm
Ha llegado un crucero francés y nos ha hecho un saludo de veintiún cañonazos. Los barcos alemanes internados lo han visto llegar y han dicho para su popa: "Este viene por nosotros". Y efectivamente, por ellos ha venido. Por alguno de ellos... ¿Por cuáles?
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http://cvc.cervantes.es/artes/ciudades_patrimonio/cuenca/personalidades/becerril.htm
Ha llegado un crucero francés y nos ha hecho un saludo de veintiún cañonazos. Los barcos alemanes internados lo han visto llegar y han dicho para su popa: "Este viene por nosotros". Y efectivamente, por ellos ha venido. Por alguno de ellos... ¿Por cuáles?
La vida antigua renace. La ciudad se llena de heridos o de presuntos heridos ingleses. Algunas inglesas feas que creen en estas heridas los acompañan emocionadas, con una emoción de ex damas de la Cruz Roja. Visitan la catedral y se convencen ante el portapaz de Benbenutto que estos gorilas de canónigos enseñan sin saber quién fue Cellini, y después compran naranjas, plátanos y nos frotan las narices con las heridas de sus compañeros. Pasean por la ciudad y se vuelven al puerto. Hoy, al llegar el pequeño crucero francés estaba el puerto lleno de heridos. Los ingleses llevaban tan a flor de labios la emoción de sus heridas, que han querido que el pequeño crucero se entere bien. Pero el pequeño crucero no se ha enterado. El no viene sino por tres barquitos alemanes y desde la bahía los espía mirándolos de soslayo.
Las inglesas feas exclaman:-¡Oh,crucero, un crucero! ¿Por qué ha venido el crucero? El crucero ha venido por los trasatlánticos alemanes. -¡Ah! Y las inglesas se quedan defraudadas. Ellas creían que estos barcos alemanes se los iba a llevar un crucero británico. ¿Cómo es posible que el crucero británico no le haya adelantado el camino a este pequeño crucero francés? Y las inglesas se incomodan por lo que suponen flema del crucero británico. Además ellas creían que todo lo alemán era para los ingleses. ¿Cómo es esto? ¿Y para qué fue la guerra entonces?
El crucero francés es un viejo crucero. Ha fondeado en la bahía y todo el mar de la bahía se ha estremecido. Los veleros y los barcos alemanes han dado un pequeño salto. Como los vasos en una mesa de mármol cuando un distinguido jaque da un puñetazo en ella. El crucero ha fondeado violentamente como si hubiera dicho. ¡¡Sí señor!! Y ¡pum! el puñetazo. Los barcos alemanes han sentido miedo. !Caray! Ya nos llegó la hora... Y se miran como los sentenciados a garrote, en las celdas.
Supuesto portapaz atribuido a Benbenutto Cellini, en realidad salido del taller de "Los Becerril" ( Oro y plata, con esmaltes.Siglo XVI)(Ver nota introductoria, en la cabecera)
Parque y muelle de Santa Catalina a la llegada de tropas en el "Ciudad de Cádiz" (29-2-1904), por José Alonso García
Los alemanes han salido de sus barcos. Por el muelle avanzan. Ya no parecen alemanes sino ex alemanes. Los sombreros mustios, los antiguos tersos cuellos arrugados, aquellas americanas amplias y largas, como encogidas de temor o de susto. Han cruzado por el muelle tristes, melancólicos, unos pequeños "lieds" bimanos que se apagan en un lánguido eco hacia el parque. Algunos han llorado. Otros se han mordido la lengua, mientras los marineros franceses los contemplan sin odio y sin rencor. Es posible que no quieran llevarse estos barcos. Estos barcos no pueden ser alemanes; son sólo de aquellos pobres alemanes que caminan, con sombreros hongos hasta las orejas. Es como un embargo en un barrio pobre: grotesco y triste. ¿Qué será de estos alemanes sin sus barcos? ¿Dónde van a comer estos alemanes si se llevan las cocinas? ¿Dónde van a dormir si les quitan su cama?
Hay un grumete francés, ligero y lindo como una damisela parisién, que tiembla de emoción ante el desfile de los tudescos. Este grumete se llevaría el barco a su casa y luego a la noche cuando nadie lo viera, se los volvería a devolver a los alemanes que han cruzado por el muelle.
El cónsul francés llega. Estos barcos nos los vamos a llevar, dice "Llévenselos ustedes" responden los alemanes...
-¿Qué tienen ustedes dentro?
Y comienza la inspección. Las literas llenas de recuerdos invisibles y de esperanzas defraudadas, huelen con ese inconfundible olor alemán. Todo está roto, todo está viejo, mejor, todo está avejentado. Con arrugas, con canas... Han pasado más años, veinte años, sobre el alma de estos barcos. Insensibles a la invasión extraña aguantan silenciosos la inspección. ¡Qué importa! Todo será nuevo en ellos, mañana, cuando las palabras que suenan dentro, sean francesas...
Uno de los alemanes ha pensado que un día pudiera viajar en este mismo barco. ¿Cómo será entonces? El alemán se torna por un momento viajero abstracto de este barco. Este barco va a América. El alemán ha llegado a su litera y se echa a dormir. Es una litera nueva, flamante, una litera francesa. El alemán se duerme, y de pronto, en su cuerpo se va haciendo una huella conocida. La espalda descansa sobre una tabla amiga, la cabeza reposa sobre la antigua almohada. Bajo la litera suena un ruido que él no conoce y que es todo el barco. Y el alemán siente una emoción extraña y violenta. Entonces comprende la inutilidad del esfuerzo bélico y la obcecación de su sueño y se despierta con unas pequeñas y latinas lágrimas en los ojos. ¡Oh, mi barco!... Y se levanta y busca bajo la cama y registra todos los rincones, palpa el hilo de las sábanas, sacude la almohada, junta el oído a las paredes, mientras el barco avanza indiferente y lleno de olvido sobre el Atlántico.
El alemán, cuando piensa todas estas cosas rápidamente, no quiere dejar que se lleven su barco y aprieta las manos con fuerza como si lo sujetara en ellas.
Pero el barco se irá. Mañana no tendrá alemanes sino unos guardias franceses en la proa. Los alemanes se quedarán sin nada. Sólo el cielo y el mar, rasos, por única huella de su vida de ayer.
Han sido, pues, necesarias estas lágrimas sobre el muelle. Parecen niños. Acaso se hubieran contentado con unos barcos de juguetes. Los vimos pasar y tuvimos piedad. Los exportadores de la ínsula que los contemplaban también no se conmovieron...
Gran Canaria,1919 [22-VI-1919]
Hay un grumete francés, ligero y lindo como una damisela parisién, que tiembla de emoción ante el desfile de los tudescos. Este grumete se llevaría el barco a su casa y luego a la noche cuando nadie lo viera, se los volvería a devolver a los alemanes que han cruzado por el muelle.
El cónsul francés llega. Estos barcos nos los vamos a llevar, dice "Llévenselos ustedes" responden los alemanes...
-¿Qué tienen ustedes dentro?
Y comienza la inspección. Las literas llenas de recuerdos invisibles y de esperanzas defraudadas, huelen con ese inconfundible olor alemán. Todo está roto, todo está viejo, mejor, todo está avejentado. Con arrugas, con canas... Han pasado más años, veinte años, sobre el alma de estos barcos. Insensibles a la invasión extraña aguantan silenciosos la inspección. ¡Qué importa! Todo será nuevo en ellos, mañana, cuando las palabras que suenan dentro, sean francesas...
Uno de los alemanes ha pensado que un día pudiera viajar en este mismo barco. ¿Cómo será entonces? El alemán se torna por un momento viajero abstracto de este barco. Este barco va a América. El alemán ha llegado a su litera y se echa a dormir. Es una litera nueva, flamante, una litera francesa. El alemán se duerme, y de pronto, en su cuerpo se va haciendo una huella conocida. La espalda descansa sobre una tabla amiga, la cabeza reposa sobre la antigua almohada. Bajo la litera suena un ruido que él no conoce y que es todo el barco. Y el alemán siente una emoción extraña y violenta. Entonces comprende la inutilidad del esfuerzo bélico y la obcecación de su sueño y se despierta con unas pequeñas y latinas lágrimas en los ojos. ¡Oh, mi barco!... Y se levanta y busca bajo la cama y registra todos los rincones, palpa el hilo de las sábanas, sacude la almohada, junta el oído a las paredes, mientras el barco avanza indiferente y lleno de olvido sobre el Atlántico.
El alemán, cuando piensa todas estas cosas rápidamente, no quiere dejar que se lleven su barco y aprieta las manos con fuerza como si lo sujetara en ellas.
Pero el barco se irá. Mañana no tendrá alemanes sino unos guardias franceses en la proa. Los alemanes se quedarán sin nada. Sólo el cielo y el mar, rasos, por única huella de su vida de ayer.
Han sido, pues, necesarias estas lágrimas sobre el muelle. Parecen niños. Acaso se hubieran contentado con unos barcos de juguetes. Los vimos pasar y tuvimos piedad. Los exportadores de la ínsula que los contemplaban también no se conmovieron...
Gran Canaria,1919 [22-VI-1919]
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