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viernes, 5 de febrero de 2010

"Insulario", de Alonso Quesada/En el solar atlántico-Un germano y su kan

El escritor, visto por Millares

 La playa del Puerto ha sido invadida por los alemanes. No hay en la playa sino alemanes, desfilando militarmente ante el mar, tan poderoso y bravo como el Kaiser.

El puerto en la actualidad (2010)


 Los alemanes- no será preciso advertir que van juntos siempre- gozan de las suaves delicias del veraneo vestidos con unos sacos largos y unos sombreros antiguos y absurdos como prendas de almoneda, todas diferentes, de distintos años. Sobresale entre todas un hongo, un hongo personalísimo y flamante que porta sobre su cabeza exheroica el alemán más anciano, un alemán que es el vivo retrato, con monóculo y todo, de esa escafandra automática que paga y dirige en España la Prensa troglodítica.
 Los alemanes salen de los barcos internados relucientes, como los pisos lavados con potasa, y enfilan la playa de las Canteras. De un extremo a otro la cruzan matemáticamente, con los brazos en alto, de modo que parecen llevar unas bayonetas invisibles. Tienen sus amigos isleños que son admiradores de sus caras lampiñas, y le hacen el amor a las señoritas; un amor silencioso de espionaje. Algunos alemanes se han casado por este sistema sigiloso. Un día vemos aparecer a un alemán con sombrero nuevo y su esposa al brazo. Se casan, aguardando el fin de la guerra, como si se apoyaran en una esquina aguardando a que pase la gente. Cambian de religión como de patria, sin dejar de ser protestantes. Los curillas españoles están encantados con este maridaje original.



 Pero entre los alemanes de la playa hay uno que siempre está solo con su kan. Con su kan que tiene un rabo enroscado y que hace ejercicios acrobáticos en un rollo de platanera y le trae del mar todas las piedras que su dueño arroja sonriente.
 El alemán viste traje de baño. Pero un traje hecho con tela de calzoncillos y lleva un sombrero de paja aludo y fuma su pipa mientras educa al kan. A las doce del día, a la hora de más sol, el tudesco sale de una tienda de campaña con su perro. Se acerca a la orilla y empieza el ejercicio. Arroja un madero al agua; el kan mira al dueño. El dueño, con el propio idioma del perro, pronuncia unas palabras cabalísticas y el kan se arroja al agua para volver en seguida con el madero entre los dientes. El alemán sonríe, lanza sus miradas a todos los lados, llenos de espectadores, hace una cortesía universitaria y arroja una zapatilla al kan. Se repite la escena muda y la escena ladrada y el kan recoge la zapatilla. Y después de la zapatilla, el sombrero, y últimamente, el propio alemán se arroja al agua, ante el kolosal sombrero de su kan que no sabe si ha de traerlo también en su boca, o si el tudesco saldrá por su propia cuenta.
 Nosotros, desde un ventorrillo de la playa, disfrutamos de este espectáculo pintoresco. Y nos decimos: "Este kan llegará a ser un kan ilustrado. El kan hará un día todo lo que sabe hacer un alemán. Es posible que si este kan, en vez de estar recogiendo maderos en el agua doce horas cada día, aprendiera a manejar una retorta con tanto entusiasmo, llegaría a ser un excelente alquimista. Este kan es como su mismo dueño. El padre de este alemán le enseñó, acaso griego, con un sistema idéntico. El tudesco enseñará a su perro y a su hijo de igual manera. El hijo y perro recogerán del mar cuanto madero arroje una mano aburrida. Si este alemán estuviese ahora en Francia, se arrojaría sobre las trincheras enemigas con el mismo salto, la misma virtud y el mismo entusiasmo con que su perrito se arroja al mar en pos del madero."
 El alemán nada, y desde una ola imperial llama a su perro. Pero el perro no sabe esto, que es nuevo, y el alemán sale entonces del mar y le castiga una, dos, tres veces, hasta que kan comprenda. Pero el perro tarda en comprender cinco días. El último día, el alemán le da una morcilla a su perro, porque apenas lo llama, el perro salta y nada hacia el dueño y se le pone sobre la testa, a modo de cascote prusiano. Los chiquillos aplauden: el alemán da las gracias como diciendo: "¿Veis? Así se hacen las cosas. Un perro español no hará este prodigio nunca. Un perro español lo llama su dueño y ladra; pero lo llama un amigo y se va con él."

[25-X-1918]

Nota: Obsérvese el peculiar uso de la letra "k" en la redacción de este artículo, enfatizando así el autor sus sentimientos.

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