Manuel Luengo, ministro interino de Canarias, en una pequeña foto referida a la erupción del volcán Chinyero en 1909, en Tenerife.
¿Qué podría venir aquí, -pequeña ciudad imitativa,-después de la guerra? -Una huelga. Pues por culpa de un inglés, que no es inglés, sino austriaco, imitación ordinaria de un inglés- se ha declarado la huelga general que duró un día y un mediodía-Silencio. Mitin. Situación delicada de autoridades. Caso serio. Proletariado. Población a obscuras. Ocho horas. Reivindicaciones. Servicios públicos suspendidos. Conferencia de patronos extranjeros con los gerentes del orden y del Gobierno. Después... el inglés que es largo por fuera y por dentro, tuvo que doblar su dolicocéfala sombrerera y los obreros han vuelto al trabajo, si no muy conformes, tolerantes, al menos.
Pero mientras la ciudad estaba solitaria, mientras por las calles apenas cruzaba un bicho, un ministro extraño y cobruno camina por el silencio entre sonriente y sorprendido.
¿Un ministro? Nunca vieron ministros. Uno que llega acaso por primera vez, nos deja absortos. Un ministro en plena huelga, de incógnito, que posa y sonríe curioso, era algo extraordinario, insultante. Parecía español, pero era de Liberia.
Brillante como el ébano pulido, en medio de su inexperta americana, parecía un pequeño indio nuevo que venía a abrir una nueva tienda de sedas y de marfiles.
A los hombres de la ínsula les parece un ministro de Liberia una cosa graciosa. Don Manuel Luengo, actual secretario de este Gobierno civil, antiguo delegado nuestro, fue mientras estuvo aquí, algo también de Liberia. Liberia y el recuerdo del señor Luengo, pues, van unidos en Canarias. Y el señor Luengo, como habrán podido comprobar los compañeros de Barcelona, es lo más grande, lo más pintoresco, lo más gracioso del orbe. Si el señor Luengo hubiese tenido que capear esta huelga, pensamos nosotros mientras su ministro sonreía en las calles de Las Palmas, todo se hubiera arreglado mejor. El señor Luengo hubiera dicho: "Mi queridísimo ministro, el mejor y más negro ministro del mundo; estos obreros extraordinarios, los más ilustres obreros del mundo, tienen razón, y yo creo que Mr. Houston, el patrón, este magnífico inglés, sin duda el primer inglés del mundo, tienen razón..." Y en tanto el ministro de Liberia lo hubiera mirado con un poco de asombro, el señor Luengo hubiese arreglado la huelga, diciéndole a todos que aquello había sido lo mejor del mundo. El ministro, los obreros, el inglés, la guardia civil y las subsistencias, que son, con o sin el señor Luengo, las más caras del mundo.
Pero sin el señor Luengo, la huelga ha tenido un carácter amargo y el pobre ministro liberiano ha necesitado seis días para que le tomen por verdadero ministro.
Acostumbrado los isleños a los ministros del "Nuevo Mundo", que solemos ver en las barberías -señores ancianos con barbas y lentes- un hombre joven, negro y con aspecto de guachinango, no podía ser ministro aunque por dentro fueran los de las barbas y los lentes tan guanchinangos, como él.
Este ministro llegó a un Banco. Penetró en el despacho del gerente con el sombrero puesto. El gerente, un poco extrañado, le miraba al sombrero, pero el ministro -caballero cubierto en Liberia- sin duda no se dio por aludido. Sacó el ministro sus pasaportes. Allí estaba el retrato del ministro sin sombrero, y el gerente, entonces, con el pretexto de identificarlo mejor, le dijo en pleno inglés de Monrovia: "Quítese el sombrero". El ministro se descubrió, el gerente lo identificó y a leer su nombre y sus títulos, le preguntó asombrado: -"¡Ah,! ¡es V. Mr. Morris!"-"El mismo"- respondió el ministro - el mismo que brilla".
Y he aquí cómo pudo saber la ciudad que el presunto joven indio de la seda y los marfiles era todo el un ministro de Liberia.
Y he aquí cómo pudo saber la ciudad que el presunto joven indio de la seda y los marfiles era todo el un ministro de Liberia.
Romanones
Dato
Maura
¿Liberia? -¡Lejano país! En las reboticas están desconcertados. ¡Un ministro!- Y desfilan los ministros españoles. ¡El señor Dato! ¡Gran ministro! Bigotes suaves, de pelos muertos, unos rizos sobre el pelado y hueco cráneo... Muy bien. ¡El señor Romanones! Sí, el señor Romanones es de otro estilo, cojo como ninguno, pero en cambio el señor Maura, a pesar de su aire de panadero mallorquín, especialista en ensaimadas, es algo definitivo: un ministro para verlo en las barberías, mientras a uno lo cortan el pelo o le rasuran la barba. ¿Pero este negro azulado, encogido, es un ministro Hacienda? ¿Cómo era la Hacienda en Liberia? Bastará en Liberia la partida doble para ser ministro de Hacienda.
Y cuando un insular dice: "Ese que va ahí es un ministro", los demás se asoman a la puerta para verlo y exclaman: "¿Un ministro? Pues no suena".
Aquí la gente no sabe nada de Liberia. Bien es verdad que ser abogado no da derecho a tanto. Los filatélicos saben que hay sellos de Liberia, y acaso el cónsul de Liberia tenga algunas noticias de este país. El propio señor Luengo, que fue Embajador Honorario, o algo así, de Liberia, no debe de estar muy enterado. Y un ministro que, aunque sea de Liberia pasa, en medio de una huelga general, sonriendo, es para que la gente sencilla que cree en Dios, dude de su verdad de ministro.
Los médicos, los abogados de la localidad, como todos los pequeños burgueses, contrariados por este día y medio de huelga, se consuelan de que este ministro negro vaya a pie como ellos, y sonrisa superior de ministro, sin duda ignorante de huelgas, y de que una imitación de inglés sea capaz de producir un serio trastorno.
El señor ministro ha pasado. No ha hecho más que cobrar sus cartas de crédito y firmar tarjetas a los coleccionistas. Después, tan de incógnito como llegó, se ha ido sin dejar declaraciones políticas. Ni siquiera un discurso de juventud maurista.
Pero nosotros hemos tenido la primera sensación actual europea, una sensación de "después de la guerra", que en la propia guerra, a pesar de los submarinos alemanes y los cruceros ingleses, no llegamos a sentir. Una huelga general casi inglesa y un ministro de antiguo régimen, tirano, de rostro y conciencia negros, que no se quita el sombrero en los despachos de los Bancos y que posa entre las filas de unos hombres que piden justicia, indiferente y frío, acaso sonriendo un poco imperialista, mientras enseñaba sus dientes blancos y pulidos, de lobo liberto.
El país recobra su cosmopolitismo.
Gran Canaria, octubre de 1919[28-X-1919]
2 comentarios:
hola!!!!!!!!archipreste de ita! barbaro,espectacular post!,te aplaudo!
muchisimas gracias!
un abrazo enorme, volví!!!
lidia-la escriba
Lidia:
¡Me alegro de que hayas vuelto! ¡Eso significa que tu salud va bien!
Un abrazo.
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