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domingo, 13 de diciembre de 2009

Una historia que me gustó- "El viejito en la ventana"


 Nota: Agradezco a Armienne que me haya autorizado a copiar aquí su relato autobiográfico. Y que me haya dejado hacerlo con más libertad de la esperada, pues incluso me autorizó a reescribirlo...¡Por supuesto, no lo he hecho!

VIERNES 20 DE NOVIEMBRE DE 2009


EL VIEJITO EN LA VENTANA

(Relato copiado, con el permiso de la autora desde el siguiente enlace: http://recuerdosdeunacubanita.blogspot.com/2009/11/el-viejito-en-la-ventana.html)


Tenía yo 19 años cuando el pequeño grupo con el que trabajaba tuvo que mudarse de una gran ciudad para un pequeño pueblo para reducir los costos. Alquilamos un almacén en las afueras que nos servía de estudio y nos alojamos en casas del vecindario y en un pequeño hotelito en donde permanecimos casi un año.

Comenzábamos a filmar temprano en la mañana hasta las 2 o 3 de la tarde y, terminada la tarea, me iba directamente al hotel donde me hospedaba. Cuando llegaba a mi habitación me desvestía, me bañaba y me ponía a hacer algo, leer o escribir o me tiraba en la cama desnuda o vistiendo un bloomer. Como no había aire acondicionado y al frente solo había una casona vieja aparentemente vacía, cuando yo estaba en mi cuarto la ventana y la cortina siempre estaban abiertas.

Una tarde vi un movimiento en la ventana de la casona, me asomé por detrás de la cortinita y vi a un viejito que estaba mirando. Tan pronto él se dio cuenta, se escondió.

Sentí, entonces, lástima por el viejito solitario y decidí desnudarme para él.

Desde ese día, nada más llegar a la habitación, me desnudaba y lo primero que hacía era pararme frente a la ventana y, aunque no lo veía, saludaba al viejito con la mano porque me imaginaba que estaba allí. Al cabo de varios días el viejito apareció en su ventana y me respondió cuando lo saludé y así fue día tras día durante varios meses.

Era un hombre muy viejo que andaba en una silla de ruedas y se veía tan feliz de verme, de que yo lo saludara y le permitiera mirarme. Allí estaba él asomado a su ventana toda la tarde mientras yo permanecía desnuda en mi habitación hasta que, caída ya la noche, me vestía, le decía adiós, cerraba las cortinas y la ventana y salía a cenar. Cuando regresaba, la casona estaba apagada.


Ese fue nuestro único contacto y siempre que regresaba al hotel él estaba allí esperándome sentado frente a su ventana. Una tarde el viejito no estaba y la siguiente tampoco. Cuando bajé a cenar pregunté por él y me dijeron que se llamaba Santiago, que vivía solo y que había muerto un par de días atrás.

No me puse triste sino que me embargó un sentimiento de ternura por ese viejito desconocido para quien había sido su amiga incógnita y al que, sin lugar a dudas, le había entregado momentos de cariño y de felicidad. El resto del tiempo que permanecí en el hotel del pueblo extrañé mucho mucho a mi viejito y nunca fue igual a los días en que lo veía sonriente y le saludaba desnuda desde mi ventana.

Me he preguntado varias veces si debí haber cruzado la línea indeleble que nos separaba y siempre mi respuesta ha sido "no". Si nos hubiéramos conocido frente a frente hubiéramos roto la magia y el encanto de nuestros encuentros.



Un día supe de un empleado del hotel que él mismo y medio pueblo, escondidos en la casona, me habían visto a través de la ventana y que el viejito les cobraba para dejarlos entrar.

Ello no me llevó a sentir ni ira ni rencor por el viejito porque lo que me animó a desnudarme para él fue un sentimiento de compasión, de darle un poco de compañía y de alegría y si a eso se agregó una mejoría económica para el, pienso que fue mucho mejor.

Armienne.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Juan, por publicar el blog.
Muy agradecida.

Preste Juan dijo...

El honor es mío, Armienne, no lo dudes.